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martes, 14 de julio de 2015

ÁLVARO CUNQUEIRO, LENCE SANTAR, JOSÉ PACHECO Y VICTORIANO LÓPEZ EN EL CAMINO AL CONVENTO DE LA CONCEPCIÓN (MONDOÑEDO, GALICIA) LA ANTIGUA RÚA BATITALES Y EL ESPLENDOR DEL BARROCO GALLEGO MINDONIENSE


La estatua de Álvaro Cunqueiro, sedente, preside la cabecera de la Praza da Catedral de Mondoñedo y recibe a los viajeros y peregrinos que se adentran en las rúas y plazas de las que fue una de las antiguas capitales del Reino de Galicia. Ante esta obra de su amigo, el escultor Juan Bautista Puchades, repasábamos la vida, obra y figura del escritor mindoniense, según continuamos nuestro periplo por el Camino de Santiago del Norte


Junto con ello visitábamos, palmo a palmo, su casa vital, situada justo enfrente, en la línea de edificios porticados de O Cantón Grande, y que es en la actualidad la tan recomendada Casa-Museo Álvaro Cunqueiro. Además, conocíamos mayormente la historia de esta plaza, donde tanta historia se rezuma por sus cuatro costados, y nunca mejor dicho


También dedicábamos todo un gran capítulo, cómo, no, a recorrer todos los rincones de la Catedral de Mondoñedo, catedral-basílica de la Asunción, de la portada a la capilla mayor, la girola, el museo catedralicio y el claustro, repasando todo ese magno proceso constructivo de siglos, así como todo el devenir histórico que hizo que aquí se asentase esta cabeza de diócesis, allá por los años 1112 a 1117, en tiempos de la reina Urraca


Ante esta plaza y catedral dos ramales del Camino Norte se unen: a la derecha el que ha pasado de Asturias a Galicia por la Ría de Abres y Trabada, llamado camino histórico o Camín Vello, y a la izquierda el que lo ha hecho por Ribadeo


A la vez, dos caminos se separan y así nos informa de ello la señalética caminera pertinente: el llamado ahora camino complementario, pero que durante mucho tiempo era el único señalizado y, ,por otro lado el ahora denominado camino oficial, que es del que vamos a ocuparnos en esta ocasión


Este camino sigue por la parte norte de la plaza, y pasa enfrente de la estatua de Álvaro Cunqueiro. Es la rúa dedicada a Pardo de Cela, el célebre mariscal, símbolo de Mondoñedo y de Galicia, ejecutado en esta misma plaza en 1483 tras años de guerra abierta contra las tropas castellanas de los Reyes Católicos. Este Camino entrada en la vieja ciudad amurallada por la Porta Nova o Porta do Perexil y fue llamado antaño Rúa do Perexil y Rúa dos Cregos


A la derecha, al pie y al lado de la estatua (tapada aquí por unos arbustos -solo se ven los pies y un poco de la cabeza-), hay un jardín donde una placa recuerda aquella ejecución en esta plaza del Mariscal Pardo de Cela, detalle y asunto del que nos ocupábamos ampliamente en nuestro trayecto alrededor de la plaza. Era este O Cantón Pequeno, donde hubo edificios porticados, derribados en 1915, en la zona de la calle Padilla (calle donde vivía la fotógrafa Filomena Díaz Villada), actual rúa Alfonso VII. Unos planos de unas antiguas casas habidas en el lugar en 1771 han permitido hacernos de la evolución de esta gran plaza central mindoniense desde la Edad Media a nuestros días. Escribe así de ello Roberto Reigosa en Mondoñedo documental. Fuentes para su estudio:
"Todo el Cantón Pequeño se consideraba antes como parte de calles, e igualmente la plaza principal,  como una mixtura entre otra calle importante, la Rua da Praza, y el espacio destinado a cementerio, de momento no tenemos datos como para suponer que hubiese divisiones físicas entre estos. El primitivo Agro do Bispo o Curral parece que contenía en comunión espacio para muertos y vivos, algo similar a lo que en su momento sucedió con la Quintana en Santiago de Compostela..."

En ese lugar estuvo, además, a finales del siglo XVI, la primera sede del Seminario de Santa Catalina, otra institución mindoniense. Nosotros caminamos así hacia el Consistorio Vello y rúa de Lence Santar. Es además la ruta que pueden seguir los peregrinos que deseen pernoctar en el albergue público de Mondoñedo (existen más, privados, en la ciudad y otros alojamientos -hoteles, pensiones, etc.-)


Mirando, como Cunqueiro, a la Praza da Catedral, no podemos dejar de evocar en esta ocasión lo que escribe J. Trapero Pardo de esta plaza durante Las Ferias y Fiestas de San Lucas en la ciudad de Mondoñedo:
"Así en la plaza, que tiene por amplio telón la hermosa fachada de la catedral , y en sus laterales el cantón , paseo un día obligado de las parejas de jóvenes -y de sus mamás vigilantes- , y un lateral con robustos arcos de granito de sus soportales; allí se venden todavía hoy los cemidores de la harina, la manta de Palencia, hogazas del famoso pan de Mondoñedo, los zapatos de artesanía y otros artículos; algunos de ellos al pie mismo de la estatua sedente del mindoniense Alvaro Cunqueiro , y aliado del antiguo edificio del consistorio municipal, ornado de ventanales, balconada y remates, pero que tuvo su origen el el siglo XV"

Al pie de la estatua sedente de Álvaro Cunqueiro pasamos nosotros ahora. Álvaro Cunqueiro es un símbolo de Mondoñedo y de Galicia entera: novelista, poeta, dramaturgo, periodista y gastrónomo, uno de los máximos escritores de Galicia en gallego y en castellano. Nacido en Mondoñedo el 22 de diciembre de 1911 muy cerca de aquí, en una casa al lado de A Fonte Vella (por donde pasa el otro camino)



Dado que nos hemos empapado ya de su vida y biografía en nuestro recorrido por la plaza y visita a su casa-museo, y que ya le hemos presentado nuestros obligados respetos al llegar a Mondoñedo, antes incluso de entrar en la catedral, acudiendo a esta estatua, a la que volvimos también luego de salir de su casa, sólo vamos a recordar aquí en este caso lo que de él escribió uno de sus grandes biógrafos, Miguel González Somovilla (entrevista en El Correo Gallego 12-3-2020)
"Cunqueiro logró algo tan infrecuente como un estilo personal, inconfundible, de gran calidad literaria, que es fácil de reconocer, pero muy difícil de imitar. Para esos posibles émulos del verbo cunqueiriano él mismo tenía acuñada una frase: «Benditos sean nuestros imitadores porque de ellos serán mis defectos».

Varios escritores, entre ellos Álvaro Mutis o Pere Gimferrer, han apuntado que Cunqueiro no ha tenido descendientes literarios porque él era un género en sí mismo, irrepetible"

Por otro lado,  Mar Maior, ventana gallega abierta al mundo, empresa hija de Editorial Galaxia, define así al autor y su obra:
"Álvaro Cunqueiro (Mondoñedo, 1911 – Vigo, 1981) se dedicó desde muy joven a la literatura y al periodismo. Su obra abarca todos los géneros y los más diversos temas, desde la poesía al libro de cocina, pasando por la narración y el drama. Dotado de una singular fantasía y de una extraordinaria capacidad de fabulación, Cunqueiro renovó hondamente tanto la literatura gallega como la española.

Su maestría lingüística, su libérrimo uso de las convenciones literarias, el poder que su literatura le asigna a la imaginación, la integración de distintas tradiciones culturales y estilísticas en un todo novedoso y personal hicieron de este célebre autor una de las figuras más importantes de la historia de la literatura gallega que, además, cuenta con múltiples traducciones a otras lenguas"

Y en la Editorial De Conatus se le dedicaba esta preciosa semblanza con motivo de su centenario (2011)
"Decía Cunqueiro que Galicia tenía los pies en el río del olvido y la cabeza al final de la tierra, donde empezaba el océano tenebroso habitado por una infinidad de monstruos marinos. La vida en este lugar ahistórico, amenazada durante siglos por invasores, integrada en un paisaje envolvente, generó un pueblo a la defensiva, dialogante y falador, acostumbrado a tener muchas palabras y a valorar todos los prismas  sin tener una respuesta rápida y clara a los interrogantes como el que formula Hamlet a Poloño en su obra O incerto señor Don Hamlet. «¿Sabes lo que se preguntan los fantasmas cuando se encuentran? Se preguntan: ¿Cómo podemos existir y no existir al mismo tiempo?» 
Y de ese mundo surge su voz como un narrador más, el que pone por escrito lo escuchado y lo observado deformando la memoria de una realidad con tantos puntos de fuga que recurre a la magia como una manera natural de ordenar sin límites. 
La repercusión internacional de Cunqueiro, que ya era tema de tesis en universidades de Italia o Inglaterra en los años 70, se entiende desde el interés que suscitaba esta manera de contar la realidad al hilo de la fantasía, la vuelta al mito desde lo cotidiano, él era muy consciente del «vivir en leyenda» que le rodeaba y de la necesidad de soñar contra la aspereza de la vida ordinaria. Un realismo mágico ya en los años cuarenta. 
Al narrador de Cunqueiro no le interesa si lo que cuenta es verdad o mentira, la invención está por encima de cualquier corpus ideológico limitador. Su universalidad es radical. Cunqueiro concibe un solo personaje en un gran sincretismo cultural, el hombre que vive buscando y encuentra inventando, que nunca espera que algo real se manifieste como verdad única, que vive al margen de las fronteras de espacio y tiempo. Y ese hombre puede adoptar distintas formas, puede ser Ulises, Hamlet, un hombre que habla con su caballo, un emigrante gallego en Buenos Aires casado con una judía que no le deja comer jamón o  Merlín llevándose a la nariz, muy fino, con las puntas de los dedos, un poco de rapé. Ninguno es más importante que otro. Cuando retrata a Os outros feirantes, gente integrada en la naturaleza con debilidades y deformaciones  que no son castigo divino, sino más bien un error que con una buena invención pudiera tener solución, habla de ellos como xentiña de nós. Cada personaje se percibe integrado en un nosotros que no es masa, sino un conjunto infinito de individualidades, todos los personajes son singulares, pero iguales bajo esa falta de verdad unificadora. 
Y este es un valor actual de Cunqueiro, si hay que renovar su lectura, supongo que el objetivo principal de celebrar un centenario. Ante la globalización, no podría soportar la idea de que la cultura se igualara en una especie de anticultura. En él está presente un nosotros que aúna la diferencia. Merlín y Ginebra viven perfectamente adaptados en la gallega selva de Esmelle. «Puedo decir lo que he oído hablar del Mago Merlín, profecías suyas y prodigios que están vivos en la memoria, o en la imaginación de las gentes de mi país». 
Debemos celebrar que un hombre fuera capaz de contar lo más cercano para llegar a lo más universal"


Y este es el Consistorio Vello, construido en el siglo XVI en la esquina de la plaza con la antigua Rúa Nova (luego de las Panaderas, Panaderías, Real Princesa y, desde 1886, Progreso) para sustituir a la Sala dos Cabaleiros existente en la catedral con este fin, siendo reformada en el XVIII. En la actualidad es Biblioteca Municipal y, un poco más atrás, se habilitó la Oficina de Turismo (en la foto su entrada se ve a la izquierda de la estatua de Cunqueiro)


En los bajos hay tiendas y, al lado de la esquina, una hornacina con la imagen de San Roque. En el itinerario por la Praza da Catedral hablábamos de la historia del inmueble, así como que, desde su balconada, fue orador Cunqueiro en tiempos de la II República. También decíamos de la hornacina con la imagen de San Roque existente a la derecha de la esquina con la calle y de cómo en 1932 fue trasladado el consistorio calle arriba hasta la Valada o Soledad, actual Praza do Concello, para establecerse en un pazo dieciochesco de mayor volumen cuando se hizo necesario ampliar la capacidad del edificio consistorial


Y por aquí, donde estaría hace años el comercio de Cabanas, dejamos el entorno de la Praza da Catedral de Mondoñedo, O Cantón, y sus casas porticadas, viendo las terrazas de O Rei das Tartas, otra cita inexcusable siempre para, por la rúa Lence Santar, otro de los grandes escritores mindonienses, dirigirnos cuesta arriba hacia la que fue su casa, parte de un itinerario cultural, histórico y sentimental de Mondoñedo, que ningún viajero ni peregrino deben nunca perderse, pues sería una pena


Subimos así por esta coqueta rúa del casco histórico de Mondoñedo, que aquí tiende a estrecharse un poco, en este bellamente empedrado suelo. Era antiguamente la rúa Batitales del viejo Mondoñedo medieval, una de las seis principales, más un callejón, que salían de la Praza da Catedral hacia sus correspondientes puertas de la desaparecida muralla mindoniense. Antaño mucho más larga, con el tiempo de dividió en varias rúas según tramos, los cuales van a constituir el itinerario urbano que vamos a seguir y al que dedicamos este capítulo y entrada de blog


Un excelente y completo trabajo que sirvió de tesis al Doctor en Historia Javier Gómez Darriba (Universidade de Santiago de Compostela) y titulado La ciudad de Mondoñedo entre los siglos XVII y XVIII. Construcción y nueva imagen en un centro de poder episcopal, hallamos una interesantísima descripción de la historia de esta histórica rúa que fue también llamada de Santo Domingo y que, a la vez, explica no que vamos a ver en este recorrido:
"Si en la actualidad nos disponemos en la parte alta de la Praza da Catedral y tomamos la única salida que se orienta hacia el suroeste, nos hallaremos dentro de una calle conocida como Rúa Lence Santar. Esta asciende en línea recta hasta bifurcarse en dos nuevas vías. La que prosigue el eje de la precedente se conoce como Peña de Francia en alusión a la desaparecida capilla que hizo frente a ella hasta la década de 1960. Sin embargo, la calle que sigue hacia la derecha y sube describiendo una curva, se rotula desde 1886 como Rúa Pacheco. Una vez que esta atraviesa la intersección con la Rúa Febrero, enfrentada al convento de la Encarnación, pasa a llamarse Leiras Pulpeiro. Dicha vía continúa ascendiendo al mismo tiempo que vira hacia el noroeste dejando a un lado a la Praza de San Xoán, que antiguamente se abría a varios caminos que conducían a los terrenos conocidos como de Carroceira y Rosal, donde en 1727 se fundó el convento de frailes alcantarinos. Finalmente, la Rúa Leiras Pulpeiro muere ante el cruce con la antigua Rúa da Cruz y su altar del Santo Cristo, que en la actualidad separa la Avenida As San Lucas con la Rúa Bispo Sarmiento. Pues bien, toda la calle descrita fue conocida durante la Edad Media como Rúa de Batitalas o Batitales. Desde el primer cuarto del siglo XVII en adelante mantuvo dicha denominación, aunque compartiéndola con la de Santo Domingo, nombre que le devino por residir allí desde inicios del segundo tercio del siglo XVI varios prohombres mindonienses que apellidaban Santo Domingo, quienes ocuparon importantes puestos en el gobierno municipal, en la mayordomía del santuario de Los Remedios, etcétera. De todos modos hubo más ilustres prohombres y canónigos de la época que compartían este apellido. En los siglos XVII y XVIII los nombres de Batitales y de Santo Domingo se refirieron por igual a los sectores intramuros y extramuros de la calle. Y lo mismo ocurrió con el nombre de la puerta de la muralla existente en el solar en que se levantó el nuevo convento de la Encarnación en la década de 1710.

La primera referencia a la Rúa de Batitales data de 1256, y a esta siguen otras muchas del siglo XIV. De la centuria siguiente hay alusiones indicativas a que algunas de sus casas lindaban con la muralla, y también a que existían otras “que estaban fuera de la Villa, a la salida de la puerta de Batitalas”. Ya en la segunda mitad del siglo XVI tenemos ciertas menciones al “cantón y vuelta de la Rúa de Batitales”, prueba de que ya existía en dicha calle una esquina o curva notoria450. A ello se alude precisamente en un documento de 1662, en el cual se describe una casa sita “en la calle de batitales que açe esquina en la dha calle que baja a la plaça” No es esta la única advertencia a una vía que nacía en la Plaza, pues existen otras muy similares."


En esta calle estuvo una de las antiguas imprentas de Mondoñedo, la de Hermenegildo Mancebo, con prensa de hierro de tintero automático, comprada a la casa alemana Carlos Blors por 3.000 reales, según datos aportados por Andrés García Doural en Miscelánea Mindoniense, por los que sabemos además que Hermenegildo fue también un excelente músico, nombrado en 1881 director de la Banda Municipal, y que en esta su imprenta de editaron varios periódicos, continuando su hijo Edesio al frente del negocio tras su muerte:
"D. Hermenegildo Mancebo, fue miembro de la capilla de música de la catedral de Mondoñedo. En ella tocó el bajo (1875-1884); tocó el figle (1875-1884) y tocó la trompa desde (1860-1884). Fundó el periódico “El Mindoniense”, de tendencia liberal, que se confeccionó en su imprenta y comenzó su andadura el 7 de enero de 1888. También se confeccionaron en este taller “El Hermandino” (1882-85), “El Eco Mindoniense”, “El Semanario Católico” (1887-88), “El Baluarte de Galicia” (1893), “Río Navia”, “Luarca”, “Ecos Vegadenses”, “La Democracia” y otros periódicos de la comarca. Los temas eclesiásticos y religiosos ocuparon la mayor parte de los trabajos de esta imprenta. También se imprimieron Reglamentos de distintas sociedades mindonienses. Otra faceta de D. Hermenegildo fue la afición a la fotografía. Todavía existen algunas postales realizadas por él, con imágenes de Mondoñedo. Actualmente son muy cotizadas y se hallan en manos de algunos coleccionistas"

Hermenegildo Mancebo murió el 29 de noviembre de 1915 en el número 6 de la calle Cándido Martínez, actualmente esta de Lence Santar. Uno de sus hijos, Edesio, nacido en 1861, siguió al frente del negocio:
"D. Edesio Mancebo, también fue miembro de la capilla de música de la catedral de Mondoñedo. Tocó la trompa desde 1878 hasta 1883.

En el año 1887 se puso al frente de la imprenta que fundara su padre, quién se dedicó a la encuadernación y venta de libros litúrgicos. Un poco más tarde instaló una interesante librería.
Participó en una Exposición Regional celebrada el 9 de octubre de 1896 en Lugo, en la cual fue premiado con diploma y medalla de plata por la impresión de un libro titulado “Previsión de Prebendas y Beneficios de la Iglesia de España”. 
Se casó en la parroquia de Santiago de Mondoñedo el 22 de agosto de 1888 con María Remedios Rodríguez del Riego. Esta era hija de D. Enrique Rodríguez del Riego y de Dª Antonia Rodríguez. 
El 12 de enero de 1889, “el joven y aventajado” músico D. Edesio Mancebo Rey es admitido como músico de la Banda municipal de Música, ofreciéndose a prestar su ayuda para la instrucción y enseñanza de los actuales músicos y de los que ingresen en lo sucesivo. A comienzo de los años noventa del siglo XIX, siendo Alcalde D. José María Lage, desempeña el cargo de concejal del Ayuntamiento de Mondoñedo. 
D. Edesio falleció en la casa señalada con el número 6 de la calle Cándido Martínez (actual Lence Santar) de Mondoñedo el 21 de enero de 1930, a la edad de 69 años. Le quedaban de su matrimonio tres hijos: Justo (ausente), José y Concepción 
Los herederos de D. Edesio Mancebo deciden vender la imprenta a su ejemplar empleado D. Jesús López Díaz, quien posteriormente la trasladará a la planta baja de una edificación de la calle Progreso de Mondoñedo y pasa a denominarse desde entonces “Suc. de Mancebo”. De este modo sigue funcionando la imprenta a pleno rendimiento y además continúa la tradición musical de sus propietarios. D. Jesús había sido niño de coro desde 1913 a 1917 y tocó la flauta en la capilla de música de la catedral mindoniense en el año 1920. En este taller se confeccionaran en el año 1936 cinco números del periódico local “La Voz de Mondoñedo”, en su segunda época, figurando ya como propietario y director D. Jesús López. 
Las instalaciones de esta imprenta comenzaron a quedarse pequeñas y a faltarle unas comodidades acordes a los tiempos en que vivimos. Fernando López, hijo de D. Jesús, propietario y operario de la imprenta, compró unos buenos bajos comerciales en una nueva edificación, curiosamente levantada en la calle Imprenta de Mondoñedo, donde continúa con su actividad desde el 24 de septiembre del año 2001"

Y aquí, donde se ensancha la rúa, vemos a la izquierda la casa donde nació Lence Santar, (el "cruzado del honor mindoniense". como le llama José de Cora) escritor y periodista nacido en Mondoñedo el 16 de julio de 1879, residente en Portomarín y Sarria pero que regresó a esta ciudad en 1901, miembro de la Real Academia Galega desde 1905 y  Cronista oficial de Mondoñedo en 1917, el primero de la ciudad. Le sucedería a su muerte nada menos que el mismo Álvaro Cunqueiro

 El escritor Armando Requeixo dice en Álvaro Cunqueiro e Mondoñedo. Guía literaria, que la relación entre ambos "fue, con certeza, entrañable y singular". Cunqueiro como escritor nuevo ante el erudito veterano que representaba ser Lence Santar, si bien con una joven rebeldía ante el "maduro polígrafo que parecía anclado en otro siglo". Su colega Xosé Trapero Pardo, que conoció bien a ambos, pues publicó de los dos en los medios que dirigía, como Vallibria, dejó por escrito esto en su artículo De cronista a cronista (El Progreso 3-4-1960):

"Lence, el cronista de entonces, no compartió la opinión de Cunqueiro, el cronista de hoy. Vivo de genio era Lence. Ágil de piernas Cunqueiro. Y como aquel tomó por burlón lo que era convicción. las piernas de este le libraron de que la mano del cronista viejo "tomase medida del futuro cronista". Espectáculo curioso fue para los mindonienses ver a Lence, barbas al aire, corriendo por la plaza de la catedral tras el larguirucho y espigado Cunqueiro, "que se mete donde no sabe", me decía Lence. Mondoñedo se divertía con aquellas luchas dialécticas e incruentas entre "el ratón de archivos" y el escritor en ciernes. Pero Cunqueiro y Lence acabaron siendo amigos y mutuos admiradores de la labor de cada uno"

En 1918 sería además uno de los firmantes del manifiesto da I Asemblea Nacionalista por la que las históricas Irmandades da Fala, entidad fundamental para la recuperación de la lengua, cultura e identidad gallegas daban un trascendental paso político. Él había fundado la Irmandade Mindoniense en 1917. Miembro del Instituto histórico do Minho de Viana do Castelo desde 1922 y, desde 1945, miembro del Congreso de Estudios Sociales de Madrid 

En prensa fue director del periódico Mondoñedo pero colaboró en otros, tanto de la misma Galicia como de sus emigrantes en Cuba y Buenos Aires: La Voz de MondoñedoVallibriaEl Eco de ViveroEl CompostelanoEl Eco de SantiagoEl Ideal GallegoEl Regional e El Eco de Galicia. Fue miembro correspondiente de la Real Academia Galega y recibió 1949 la Encomienda de la Orden de Alfonso X el Sabio

Falleció en esta ciudad que le vio nacer el 14 de enero de 1960. Sus obras son una verdadera elegía a Mondoñedo, su historia, gentes, lugares, cultura e idiosincrasia: Mondoñedo (1907), El santuario de los Remedios de Mondoñedo (1909), El seminario de Mondoñedo (1909), El convento de la Concepción de Mondoñedo (1910), El convento de Villanueva de Lorenzana y San Francisco de Vivero (1910), Del obispado de Mondoñedo (1915, tres tomos), El mariscal Pardo de Cela. La Santa Hermandad (1930), Los gremios de Mondoñedo (1953), Poesía galega (1999, libro póstumo), Etnografía mindoniense (2000, recopilación póstuma de artículos en El Compostelano) y Mondoñedo Regreso al Pasado (siete tomos de artículos publicados en varios medios de comunicación)

Lence Santar (derecha) y Álvaro Cunqueiro

En Álvaro Cunqueiro Cuenta su vida a Pedro Rodríguez, publicado en El Pueblo Gallego el 8-1-1959, se recoge este recuerdo de Cunqueiro hacia Lence Santar y su aspecto, bien plasmado en este relieve colocado en la fachada de la casa:
"Es una gran persona este viejo. Cierta Miss O'Connor que anduvo por aquí no hace mucho tiempo, escribió un libro disparatado, pero graciosísimo, en el que narraba su encuentro con Lence, el cronista. Decía que sus barbas eran el orgullo de la comarca y que cuando les ofreció diez mil pesetas por cortárselas, este renegó, diciéndole que ni por diez mil duros. Estuvo mucho tiempo sin hablarme por mis ingerencias en su cometido sagrado de investigación hasta que un día llegó tarde a un banquete que dábamos a un notario y se encontró sin sitio.Preguntó: "¿Dónde me puedo yo sentar ahora?" y yo contesté desde el otro extremo del salón: "A la diestra de Dios Todopoderoso, Lence..." . Nos reímos todos y se le pasó el berrinche"
Lence Santar dibujado por B. Vidarte

Y otro gran escritor mindoniense, Xe Freyre, hablaría así de "o gran barbazán" en Poesía Galega, libro póstumo que no sería publicado hasta 1999:

"a figura miuda e algo desvalida, case oculta tralas laúdas barbas de imperante carolinxio: o erguido camiñar de fidalgo que pasea fachendoso o seu pedigrí polas rúas de Mondoñedo; o extremo ascetismo de seu vivir cotián, de laico ermitán estrafalario; o xenio de recalcitrante célibe perrenchudo que lle asoma, as veces, por debaixo da súa serena apariencia, de amable avó tirado dun conto de fadas; pero, sobre todo, a auréola de romántico vesánico que o adorna, a enfermiza paixón mindoniense que bule nas súas veas, unha doenza sublimada en relixión á que le consagrar a vida en cualidade de sumo sacerdote"

Esta placa en su homenaje fue colocada el 16 de julio de 2001 conmemorando el 125 aniversario de su nacimiento. El 14 de enero de 2020 José de Cora publica en El Progreso:

SE CUMPLEN HOY los 60 años de la muerte de Eduardo Lence-Santar y Guitián (Mondoñedo, 1876), cronista de su ciudad, hombre de luengas barbas valleinclanescas, de las que Honor Tracy, en su libro Silk Hats and no Breakfast, escribe que “eran el orgullo de la región”, y a quien Cunqueiro dedica en La Noche una bella, bellísima necrología, nacida de la amistad y el reconocimiento.

Por fuerza y gusto hemos de seguirla, aunque los datos los complete su otro biógrafo oficial, Enrique Cal Pardo, a quien, en caso de vivir, le pediríamos permiso para abandonarnos en la prosa de don Álvaro, ya que la suya es de fácil acceso.

“Una revista gallega de la Argentina dijo una vez que D. Eduardo de Lence-Santar y Guitián había nacido en Sarria, lo que motivó que el cronista de Mondoñedo montase en cólera. Se salvaron los de Buenos Aires porque había mar por el medio”.

“Tenía por su Mondoñedo un amor turbulento y celoso, _ como acaso lo sean todos los amores sin medida. Sólo él podía tocar el secreto de la ciudad y conservar la memoria de su vida pasada. Más de una vez puso al final de un artículo algo como esto: “Todos los datos que figuran en este trabajo son propiedad del autor, excepto uno, que es del P. Flórez”.

“A Lence tocaba decidir, y sin apelación, lo que era memorable o no, lo que pasaba a los anales mindonienses o se dejaba al vendaval. Le preguntaba a José María de la Fuente: “¿E meterei a Alvarito Cunqueiro entre os fillos ilustres de Mondoñedo?” Esto lo trajo preocupado algún tiempo, pero yo ya estaba en su “Guía de la Muy Noble, Leal y Fiel Ciudad de Mondoñedo”, porque con un hermano de José María, Edmundo de la Fuente, le había ayudado una noche a medir el perímetro de la urbe, siguiendo las rondas y por donde iría la cerca que mandó construir D. Martín el Calígrafo. Al día siguiente me gritaba Lence desde la ventana de su casa: “_ ¡Xa escribín o capítulo da “Guía” coas medidas! ¡Xa pasaches á Historia!”

“Tenía un sentido heroico de la lealtad mindoniense. Tengo para mí que cuando suponía que alguien no dedicaba a Mondoñedo los vítores que él consideraba el mínimo cortés, acariciaba en su armario aquellos sables que tenía de guerrilleros de la Independencia o del Rey legítimo, que terminaron sus días siendo canónigos y racioneros en nuestra Catedral, y pasaban por su corazón ventoleras de pasos honrosos de la antañona y estrepitosa caballería. Salía de sus casillas áspero y ciego, y no se paraba en barras”.

“Porque Murguía dijo no sé qué de la Alborada de Veiga, _ nunca llegué a enterarme bien _, Lence enarbolaba un artículo que iba a mandar a El Progreso de Lugo y lo titulaba: “La calumnia de Murguía”. Tenía, como el Dante, partido el censo galaico en Infierno, Purgatorio y Paraíso”.

“Tenía una prosa característica, llena de admiraciones e interrogaciones, y usaba una graciosa reduplicación del adjetivo: “rica, riquísima”, o “hermosa, hermosísima”; ésta última era su famosa mantelería de Vilaboa, “damascada, parece de seda”. Se refería a ella tres o cuatro veces al año en sus artículos, advirtiendo que no la vendía ni por catorce mil pesetas”.

“Solamente dos veces habían salido bien fotografiadas sus barbas: una en Santiago de Compostela por un tal Almeida, que creo tenía su salón en Bautizados, y otra en Ribadeo”.

“Mandaba a El Progreso de Lugo noticias urgentes que decían: “Ha llegado prematuramente la primavera. En la plaza ya se vendieron los primeros guisantes, y en el huerto de quien esto escribe han florecido unas hermosas clavelinas”…


Después de la rúa y casa de Lence Santar pasamos a la rúa Pena de Francia, vinculada a una antigua capilla de esta advocación, vinculada al gran pazo urbano de Casa Samarugo, la casa del Regidor Luaces, de la que se dice es el edificio más antiguo de Mondoñedo después de la catedral


Nosotros vamos a ir a la derecha, para tomar la rúa Pacheco, una de las que antes conformaban la de Batitales o de Santo Domingo, pero antes vamos a referirnos unos instantes a este pazo, dada su trascendencia para la historia


El pazo del regidor es enorme, dispone de dos blasones en la fachada y, en su interior, de ocho dormitorios, gran salón, despacho, tres cuartos de baño y espaciosa cocina, además de buen patrio empedrado, Fue edificado en 1556 por don Luis de Luaces y Labrada, señor de Abadín y Lagoa de Montes de Meda, Regidor de Mondoñedo. Allí era donde estaba la capilla de esta advocación, de Nuestra Señora de Peña de Francia, actualmente desaparecida, que da nombre a la calle y de la que también nos informa Gómez Darriba:
"A mediados del siglo XVI se construyó en un ramal de la antigua Calle de Batitales o de Santo Domingo –hoy Rúa Peña de Francia– la Casa de los Luaces, uno de los pazos urbanos más llamativos de Mondoñedo. No sería de extrañar que ya entonces se erigiese frente él una pequeña ermita palatina para uso y disfrute de dicho linaje, pues en 1658 el carpintero mindoniense Miguel do Chao se encargó de reedificarla, ocupándose por igual de la obra de albañilería y carpintería. Lo cierto es que era un recinto muy exiguo, nada difícil de construir. Ya entonces su patronato pertenecía a los Luaces, pero ignoramos qué advocación tenía, puede que la de Nuestra Señora de la Peña de Francia. Lo que es seguro es que en 1705 el racionero Antonio Fernández Gavín fundó aquí las capellanías colativas de San Antonio y de la Virgen de la Peña de Francia. Con este último nombre se conoció desde entonces a la capilla si es que no se conocía anteriormente así. En este siglo XVIII también debió de sufrir la reforma que le dio el aspecto que se aprecia en las viejas fotografías, pues se derribó aproximadamente hacia 1965 y en su solar se levantó la actual Praza de Abastos. La iglesita era de planta cuadrangular y tenía una cubierta a dos aguas presidida en su vértice por una espadaña. El perímetro de su tejado lo recorrían las típicas almenillas de la arquitectura local."

Hemos de decir además, que a la izquierda tenemos el Mercado o Praza de Abastos o, desde su remodelación en 2005, Centro Comercial Peña de Francia, donde el peregrino podrá avituallarse, tanto en el interior como en las tiendas existentes en su entorno, camino del albergue público o si ya inicia su andadura a Abadín por Cesuras y A Infesta


Este regidor Luis de Luaces y Labrada es de una gran trascendencia histórica para la ciudad; en 1569 mandó plantar la arboleda en el camino que sale para Abadín, actual Alameda dos Remedios y Camino de Santiago Norte oficial. Cuando lo hizo invitó a la vecindad a un gran banquete para que quedase memoria de que él había sido el artífice de aquella plantación, naciendo así la primera fiesta del árbol de Europa


Su hija Doña Magdalena Fernández de Luaces Estoa y Miranda, casada con el Almirante D. Gonzalo Méndez de Cancio y Donlebún, gobernador y Capitán General de La Florida, fue la que trajo, a su regreso a España desde América en 1604, varias arcas con semillas de maíz, que empezará a ser cultivado en Galicia, Asturias, y el resto de Europa. Se conservan los arcones y dos tarros con imagen de espigas de maíz


En el palacio de su marido, en Casariego, concejo asturiano de Tapia, existe la misma historia. Dice la tradición que trajeron dos arcas, una para cada localidad, así que existe la doble leyenda que en cada una, Mondoñedo y Casariego, fue donde se plantó primero, la que sería la cosecha de 1605


Sin embargo algún cronista señaló que es muy posible que esta fuese la primera constancia indiscutible documentada de la llegada del maíz y su plantación, pero que esto ya fuese conocido, al menos en algunos lugares costeros o próximos a puertos, desde unos cuantos años atrás


El nombre de Casa Samarugo le viene a este pazo de José Pardo Osorio Aguiar, Señor de Samarugo, quien se estableció en Mondoñedo a finales del siglo XVIII, llegando a ser Regidor,  Alférez Mayor y, en abril de 1795, Alcalde Mayor, siendo nombrado como tal por el obispo Francisco Cuadriello y Mota. Sus herederos subastaron la casa en 1905, estando por entonces pegada a la Casa Eduardo de Cea. De estas casas nos cuenta en su tesis Gómez Darriba lo siguiente:
"Anteriormente se hizo alusión a que antes de la curva ahora citada existía un tramo recto de calle frente al que se abrían la capilla de Nuestra Señora de la Peña de Francia así como el Pazo de Luaces. Todo parece indicar que una de las casas contiguas a dicho palacio quinientista se trataba de la habitada por el licenciado Santo Domingo, alcalde mayor de la ciudad y mayordomo del santuario de Los Remedios en la segunda mitad del siglo XVI. La presencia de este y otros inquilinos de igual apellido provocó que al menos desde el siglo XVII la Rúa de Batitales pasara a ser conocida como de Santo Domingo. La primera alusión a esta “calle que llaman de santo domingo” data de 1623, y en ella ya se indica que su título deviene del licenciado de idéntico apellido. Además, existe otra escritura dos años posterior que alude a una casa extramuros sita en una calle que se dirige hacia Los Remedios y que colinda “por las espaldas en casas que fueron del Liçendo santo Domingo."

Como hemos dicho, al llegar aquí no seguimos por la rúa Pena de Francia sino que tomaremos a la derecha la actual rúa Pacheco, donde está la tienda de ultramarinos de Comercial Anjor"una pequeña tienda de barrio con variedad de productos que lleva más de 40 años trabajando para vecinos y visitantes de Mondoñedo" leemos en Mondoñedo Merca


Javier Gómez Darriba, para demostrar que las rúas de Pacheco, esta que tomamos ahora, y seguidamente la de Leiras Pulpeiro, formaban parte de la antigua de Batitales o de Santo Domingo, aporta una serie de documentos que así lo expresan:
"Empecemos pues siguiendo un orden desde la cota inferior de la misma a la superior. Existe una reseña de 1762 que dice expresamente que la Calle de Santo Domingo es la vía extramuros que hay junto al convento de la Encarnación; y otra idéntica a esta fechada en 1798. Siguiendo hacia arriba en la propia calle, se conserva un manuscrito de 1659 en el que se explica muy gráficamente la existencia de una casa “en la calle de batitales desta çiud con su guerta que tiene a donde llaman carroçeyras araual [arrabal] desta çiud ”. La huerta citada miraba hacia la zona de la Carroceira, la cual desde finales de la década de 1720 se convirtió en el lugar ocupado por las estancias comunitarias del convento alcantarino de San Francisco del Rosal. La referida casa daba además “por una p te en la calle myor que sale a la plaça y por otra en casa de don luis de luaçes”, o lo que es lo mismo, se abría a la calle de Batitales a la vez que colindaba con la trasera del Pazo de Luaces. A la actual Rúa Leiras Pulpeiro también alude un documento de 1701 que advierte de una vivienda en la Calle de Batitales que “testa pr la delantera en la calle publica que sale a la calle que ba a nuestra ssa de los remedios”, es decir, a la Cruz da Rúa, con lo cual, también lindaba con la actual confluencia entre la Avenida As San Lucas y la Rúa Bispo Sarmiento. Asimismo, de 1709 data un manuscrito muy similar en el que se describe un solar propiedad de los terciarios de Vilalourente ocupado por huertas que confinaba “con la calle que atraviesa a la de la cruz da rua donde dizen batitales”, así como con la “ualada que llaman de carrozeira”. De estos terrenos tenemos otras noticias y sin lugar a dudas se ubicaban aproximadamente en el entorno donde hoy se halla la Praza de San Xoán."

Adjunta en este sentido más pruebas documentales que aseveran el trazado de Batitales a lo largo de estas rúas por las que subiremos hacia los conventos de la Concepción (en origen de la Encarnación), San Pedro de Alcántara y, posteriormente al Campo dos Remedios con su santuario y antiguo hospital de peregrinos:
"Por último, para afirmar que realmente Batitales y Santo Domingo se trataron de la misma calle en los siglos XVII y XVIII, bastan como ejemplos las siguientes citas documentales. Una de 1727 alude a una casa sita “en la calle de sn to Domingo que llaman de Batitales”. Y otra de 1787 a un inmueble ubicado en la “calle nombrada de santo Domingo, y por otro nombre de Batitales a la ladera yzquierda al subir desde la Plaza de ella al Combento de Religiosas”. Existe otra de 1781 que explicita que la Calle de Batitales es aquella que partiendo de la Plaza sube hasta la Fuente de San Juan463. De dicha nota pudiera desprenderse que desde la mencionada Fuente hasta el Santo Cristo de los Remedios podríamos estar ante la Calle de Santo Domingo. Pero hay documentación prácticamente coetánea que desecha esta opción. Pues un manuscrito de 1795 alude a una vivienda perteneciente a la Calle Batitales situada junto al “ss. tmo cristo” 464. En definitiva, eran lo mismo. Hacia mediados del siglo XIX sí que se subdividió la denominación de la calle en tres: Baja de Batitales, Alta de Batitales y Santo Domingo, siendo con toda seguridad la segunda de ellas lo que todavía es hoy Rúa Pacheco y la última la actual Leiras Pulpeiro. Baja de Batitales debería corresponder con la actual Lence Santar, y quién sabe si también con Peña de Francia."

La rúa Pacheco está dedicada a José Eusebio Pacheco Basanta (1784-1865), otras fuentes dicen José Basanta Fernández Pacheco), maestro de capilla de la catedral de Mondoñedo, que aquí nació en 1784, cuando era esta la Calle Alta de Batitales (una de las desaparecidas puertas de la muralla), que estaba un poco más allá. Quedó huérfano de niño y fue acogido por su abuela, Agustina Fernández Pacheco, de la que adoptó su segundo apellido, por lo que resultó arduo a los investigadores localizar su  partida de nacimiento


José Pacheco llegó a ser uno de los más importantes músicos gallegos del siglo XIX, empezó de niño en el coro catedralicio, en el que ingresó el 6 de febrero de 1795, completando seguidamente su formación como organista y compositor, pues irá a Santiago, donde recibirá clases del autor de referencia y maestro de capilla de su catedral Melchor López, del que se aficionó a los villancicos gallegos


El 5 de febrero de 1806 sucede, némine discrepante, a Ángel Custodio González Santavalla, al frente de la capilla de música de la catedral de Mondoñedo, cargo que ocupará durante 60 años, hasta su muerte, pues recibió ofertas para ir a las catedrales de Lugo y Oviedo, pero nunca llegó a un acuerdo con sus cabildos que lo hicieran posible. En 1809 recibió la Orden del Subdiaconado y en 1824 optó sin éxito al magisterio en Santiago de Compostela


Poseía una gran formación musical, lo que se conoce hasta ahora de su obra, se conserva en las catedrales de León, Lugo, Oviedo, Sevilla, Tui y Santiago de Compostela, y era mayormente orquestal, escribiendo muchas misas, salmos, himnos, arias, etc. en gallego y en castellano, notándose la influencia su maestro compostelano Doctor Melchor López, maestro de capilla de Santiago de Compostela desde 1784, autor de referencia en aquella época de su formación, siendo su maestro en la capital gallega


Docente, organista y compositor, destaca entre sus más de 300 obras un Miserere de 1805, empleando en muchas de sus composiciones el folklore gallego. En música religiosa sobresalen varios salmos, dos Stabat Mater, dos Te Deum, mientras en música culta se valoran motetes y, sobre todo, villancicos de Navidad, 150, 29 de ellos en gallego


Una de sus obras maestras, El Plorans, sigue cantándose, casi siempre con música, en la procesión de La Soledad de la Semana Santa en Mondoñedo, ante numeroso público que guarda un respetuoso silencio. Uno de sus alumnos fue el gran Pascual Veiga, autor de la música del Himno de Galicia, y del que hablaremos también en esta ruta mindoniense


Falleció en Mondoñedo el 23 de marzo de 1865. El 21 de junio de 1886, la corporación municipal mindoniense acuerda ponerle su nombre a esta calle, previa solicitud del periódico local El Hermandino. Junto con ella se modificaron también las de Rúa Nova por Progreso, Perejil por Pardo de Cela, Angustias por Padilla, la Fragua por Libertad, Herreros por Marqués de Rodil, La Cruz por Obispo Sarmiento, Ronda por Febreru, Pumar por Imprenta y Fuente Vieja por Ménde (nombres oficiales en aquel momento)


Aquí, donde la rúa de Pacheco hace una curva, alzando la vista a la derecha veremos un antiguo balsón en esta fachada


En las armas del escudo leemos:
"SON DEL DOCTOR DIEGO LOPEZ DE GRANDA VILLAAMIL 1679"

La rúa sube ahora en recto, formando las casas, alguna notablemente estrecha, si bien de varios pisos, dodo un frente lineal de viviendas. A la derecha de esta curva, un edificio con puerta de arco de medio punto, balcón de hierro forjado encima y galería acristalada arriba, es la actual Casa da Xuventude, antigua sede de la Sociedad de Obreros Católicos, fundada en 1881 por Antonio Díaz Núñez do Cura, ebanista y maestro de obras, de la que sería su primer presidente entre 1881 y 1894


Díaz Núñez compraría en 1884 una vieja casa aquí existente, que haría reformar, dotándola entre otras cosas de un amplio salón para baile y teatro (luego estaría el Cine Pacheco), que posteriormente donaría a la Sociedad. Esta Sociedad disponía entre otras cosas de médico, el Dr. Víctor Salvatierra Freire, que dimitió en mayor de aquel año, siendo sustituido por Vicente Leiras Mon, padre de otro ilustre mindoniense: Manuel Leiras Pulpeiro, poeta continuador del Rexurdimiento, quien también sería médico de esta entidad y del que pronto habremos de hablar concienzudamente


Andado el tiempo, y aunque la sociedad como tal no se dio de baja, se acordó en asamblea de socios, siendo presidente Manuel Santamarina Candia, dejarla sin actividad y donar el edificio al Concello, por eso es ahora la Casa da Xuventude


Fue esta además la escuela primaria de Álvaro Cunqueiro, donde muchos de sus compañeros eran hijos de artesanos, lo que lo familiarizó con los oficios tradicionales. Su padre, Joaquín Cunqueiro, llegó a ser presidente de la sociedad, así como su amigo Manuel Ledo Bermúdez O Pallarego. En Entrevista. Álvaro Cunqueiro:¿él último patriarca de las Letras Gallegas? de J. L. Muñoz, publicada en la Hoja del Lunes el 21 de abril de 1980, Cunqueiro dice:
"Fui a la escuela de obreros católica de la ciudad, porque mi padre era presidente de la sociedad. Todos los que fueron a la escuela conmigo, eran gentes de los más variados oficios, hijos de artesanos, y artesanos muchos de ellos. Esto me ha permitido conocer, en mi infancia, los talleres de carpintería, a los alfareros que hacían el barro... en fin, conocer todos los oficios y todas las gentes"

Gracias al muy recomendable libro-guía literaria Álvaro Cunqueiro e Mondoñedo, de Armando Requeixo, podemos recuperar aquella entrevista y esta, la de Carlos Casares en Leria con Álvaro Cunqueiro, de la revista Grial nº 72 (1981):
"Eu conozo moi ben á xente de Mondoñedo. Meu pai era presidente da Sociedade de Obreros Católicos e fixo que fóramos á escola que estes tiñan na cidade. O maestro, ademáis, era moi bo. Chamábase don Anxel Gaioso.Non tiña máis defecto que se emborrachaba e nos batía. Era pai de tres fillos: Licinio, Héctor e outro de nome raro que xa non recordo. Eran tres antigüedades grecolatinas ás que obrigaba a facer ximnasia con unas poleas que tiña no cuarto da casa. Naquela escola eu fun compañeiro de todos os que vinte anos despois en Mondoñedo eran cazoleiros, xastres, carpinteiros, canteiros... Todos seguen sendo grandes amigos meus. De modo que eu podo decir que a cidade era a miña familia"

Sólo unos metros más allá vamos a llegar al Convento de la Concepción, el famoso Convento das Concepcionistas de Mondoñedo, donde empieza la rúa dedicada a otro ilustre escritor mindoniense Leiras Pulpeiro, de quien hablaremos al llegar al monumento en su honor erigido en la Praza de San Xoán, unos metros más arriba

Aquí estuvo, en la antigua muralla, la Porta de Batitales, donde había además dos casas. Sin embargo, es de las puertas de las que menos se conoce de las antiguas murallas mindonienses, afirma también Javier Gómez Darriba:

"La Porta de Batitales o de Santo Domingo resulta una de las más desconocidas de la historia urbana de Mondoñedo pese a existir multitud de referencias a ella. Para nuestra desgracia dichas alusiones solo indican de forma aproximada el lugar donde se ubicaba y nada revelan acerca de su fisionomía, de ahí que algún autor haya confundido su localización con la Porta da Rúa Nova. La de Batitales constituía una importante entrada a la ciudad desde occidente por la calle del mismo nombre. Respecto a su apelativo, de origen medieval, se ha apuntado que podría provenir del batir de los tejedores. Desde el siglo XVI en adelante esta vía también fue conocida como de Santo Domingo y por esta razón la puerta se bautizó de igual manera. En este caso el nombre no devenía del santo fundador de la Orden dominica, sino de una serie de prohombres locales que apellidaban así, y que como mínimo desde la década de 1540 y hasta principios del siglo XVII ocuparon importantes cargos en el gobierno municipal, en la mayordomía del santuario de Los Remedios y en el Cabildo."

Ubicación de la Porta de Batitales (nº 2, a la izquierda de la foto). Foto: Asociación para a defensa do Patrimonio Cultural Galego

Gómez Darriba aporta, además de este mapa de Mondoñedo con su muralla, también reseñas, noticias y documentación de esta puerta, desaparecida definitivamente, como las murallas, en el siglo XIX, y cuyas primeras referencias aparecen en la baja Edad Media:
"La primera reseña a la Porta de Batitales data de 1320. Ya la hemos citado en este trabajo en dos ocasiones, pues se contextualiza en la reconstrucción de la muralla emprendida entonces por el obispo, el Cabildo y el Concejo. A partir de aquí aparecen otras referencias de los siglos XIV y XV que mencionan a esta “porta da uila que esta enna rua de Batitalas”, así como a varias viviendas ubicadas junto a ella por la parte externa del muro. Ya en 1554, el Ayuntamiento, con el permiso previo del obispo Benavides, autorizó al licenciado Santo Domingo edificar una casa en la Calle de Batitales junto a la muralla y puerta del mismo nombre. En principio podría alcanzar el muro público siempre y cuando costease los daños que causare en el mismo. Pero por lo visto incumplió parte de lo pactado y se excedió en las obras que le estaban permitidas, pues dispuso unas vigas sobre la ronda de la muralla con la más que probable intención de formar un balcón. Por este motivo a finales de 1555 los canteros Juan de Setién y Juan de la Lastra fueron conminados a interrumpir su trabajo, y el dueño a eliminar todo cuanto había obrado fuera de lo estipulado. De no acatar este mandato el Ayuntamiento se vería obligado a demolerlo."

La siguiente noticia que se tiene de la Porta de Batitales data de 1708. En ella se hace referencia a la “Calle de la Valada que va desde dha puerta de la Ciud y alrrededor de la muralla hacia la otra puerta de la Ciud que llaman de ssanto Domio ”. En ella se confirma que en el espacio medianero entre las dos puertas se conservaba un lienzo de la muralla. La vaga alusión a la “Calle de la Valada” podría referirse a dos vías. O bien a la callejuela que unía la Porta da Rúa Nova con la de Batitales –llamada aquí de Santo Domingo–, y que desde la construcción del convento de la Encarnación recibió el nombre de Valada de las Monjas por las religiosas que habitaban el cenobio. O bien a la Valada de Reigosa, calle que desde la Plazuela de la Fuente Vieja subía hasta la Porta de Batitales. Sea como fuere, el caso es que se trata de una de las últimas referencias a esta puerta, pues según un apunte manuscrito de Francisco Antonio Villaamil y Saavedra –luego reiterado por el padre Flórez–, la Porta de Batitales fue derribada por culpa de la edificación del convento mencionado. De ser esto cierto, la demolición se habría producido entre 1713 y 1717. El dato en sí, aparte de ser muy lógico si analizamos la trama urbana y la disposición del cenobio, debiera ser creíble ya no solo por resultar el autor una fuente por lo general fiable, sino porque además perteneció a una generación cuyos mayores tendrían que recordar perfectamente aquellos años en que se construyó el convento. Existen referencias posteriores a la construcción del conjunto monástico, como esta de 1718, en que todavía se cita a “la puerta de la calle de batitales, que esta junto al conbento de relixiosas desta çiud por donde se sale a la calle de la cruz da rrua y canpo de los rremedios” . Esto se explica porque la desaparición de la puerta no implicó que el lugar donde radicaba mudase de nombre. Todavía en la segunda mitad del siglo XVIII se alude a la entrada ceremonial de los obispos por la Puerta de Batitales pese a que esta ya no existía, aunque bien es cierto que se podría erigir un arco efímero por tan especial acontecimiento."


Y esta es la iglesia del convento de la Concepción, construido entre 1713 y 1717 tras su traslado de un primitivo monasterio ubicado en las afueras de Mondoñedo. Aquí nos cruzamos con la rúa Concepción, a la derecha, que comunica con la Praza do Concello y el solar de la antigua Porta da Rúa Nova, por lo que seguiría el trazado de la muralla


He aquí un plano de la antigua muralla de Mondoñedo (traza roja) y su explicación, hecho por Gómez Darriba y que encontramos en su tesis. El convento de la Concepción está a la izquierda, muy cerca de Os Castros (en verde), con el Camino (en naranja -Rúa de Sendín o Cruz da Rúa-) por donde vamos a subir a Os Remedios


La iglesia de la Concepción abrió al culto en el año 1716. La Orden había fundado un primer convento en Mondoñedo en 1656 en O Couto do Outeiro, y se trasladaría aquí dada la situación de ruina de su primer asentamiento. En la actualidad viven monjas de clausura dedicadas a bordados y artesanía. De aquella primera fundación sostiene Gómez Darriba como causas de su pronta ruina las siguientes:
"La mayor parte de los monasterios españoles que no han sobrevivido a nuestros días deben su desaparición a las políticas desamortizadoras del siglo XIX o a conflictos bélicos habidos entonces y entre 1936-1939. Pero el caso que nos ocupa aquí es bien distinto, pues la causa de que el primitivo convento concepcionista de Mondoñedo se volatilizase a inicios del XVIII, cuando apenas llevaba medio siglo en pie, responde sencillamente a la mala praxis del arquitecto que lo diseñó, a la escasa pericia de los maestros que lo construyeron, y a la desidia y racanería de los patronos que se vieron obligados a erigirlo."

En efecto, su precedente fue el oficialmente denominado Convento de la Encarnación Francisca de Coto de Otero, sito en una ladera del monte al este de Mondoñedo, en las afueras de la ciudad, pero tampoco llegar allí tampoco fue fácil. Todo empezó en 1622 cuando María Pardo de Andrade, viuda del Licenciado y Oidor de la Real Audiencia de Galicia, Agustín Guedeja y residente en Viveiro, acordó con las dominicas de esta villa trasladar su convento de Nuestra Señora de Valdeflores a la población intramuros. Su idea era que se siguiesen los planos de los maestros Diego Ibáñez Pacheco y Juan de Ris, que estuviese dedicado a la Encarnación, que ingresasen 40 monjas y que en su capilla mayor reposasen sus restos, en sepulcro con escudo de armas, siendo ella y sus herederos patronos del monasterio a condición de la asignación de 600 ducados anuales


Las obras comenzarían en 1627, pero el Concello no estaba de acuerdo, pleiteó con la fundadora y las obras pararon enseguida; se reiniciaron en 1635 pero volvieron a paralizarse, muy posiblemente por resurgir las discrepancias, según señala el recitado historiador Javier Gómez Darriba:
"...en 1627 dieron comienzo las obras, que se suspendieron de inmediato después de que el Consistorio le ganase un pleito a la fundadora. Aun así María Pardo de Andrade no cejó en el empeño de instaurar un convento dedicado a la Encarnación en su localidad de residencia, y el 12 de mayo de 1635 se convino nuevamente con Diego Ibáñez para que por 62.700 reales construyese el nuevo monasterio de Valdeflores en el interior del espacio amurallado, concretamente en un solar que tenía en la Rúa de Labrada. Pero el proyecto quedó abortado por segunda vez. Ignoramos por qué, aunque es posible que, como en el primer intento, se produjesen discrepancias con el vecindario y el Concejo que acabaron derivando en su pronta interrupción."

La fundadora tenía como alternativa Pontedeume, y allí quiso fundarlo, pero ahora serían las monjas un máximo de 30 concepcionistas, siendo las primeras de Viveiro, la única casa de la Orden de la Inmaculada Concepción en ese momento en Galicia. La renta del patrocinio subiría a 650 ducados y su capilla-panteón y de su familia estaría también en la capilla mayor:
"...si en agosto de 1635 Diego Ibáñez tenía encomendado iniciar las obras, pasados diez meses se leía en Madrid una petición de la donante por la cual pretendía fundar ese mismo convento en la villa de Pontedeume. Quizá para evitar los problemas sufridos en Viveiro permitiría al Ayuntamiento eumés elegir el lugar donde se edificaría. En esta ocasión no lo regirían las dominicas, sino la Orden de la Inmaculada Concepción. Las primeras monjas en instalarse provendrían de Viveiro, por hallarse allí la única casa concepcionista de Galicia. Por lo demás acogería a un máximo de 30 religiosas, la donadora y su familia podrían enterrarse en la capilla mayor, y los legatarios conservarían el patronato si cumplían con la aportación de 650 ducados al año."

Sin embargo todo cambiaría en 1639 cuando, en octubre, María Pardo de Andrade, estando muy enferma, ratifica en testamento las cláusulas de fundación, pero decide que esta se haga en el Campo de Nosa Señora dos Remedios. Gómez Darriba supone que podría haber en este cambio razones devocionales pero también económicas:
"En definitiva, en enero de 1637 todo parecía encarrilado, pues María Pardo escrituraba la fundación tras haber obtenido la licencia real pertinente. Pero pasaron los meses y en octubre de 1639 cayó gravemente enferma. Residía entonces bajo los cuidados de una sobrina en Mondoñedo, e hizo un testamento en el que ratificó las cláusulas de fundación firmadas dos años antes. Eso sí, con una salvedad fundamental: el convento ya no se levantaría en Pontedeume, sino extramuros de la ciudad en la que ahora vivía, concretamente en el Campo de Nuestra Señora de los Remedios. Varias han sido las razones argumentadas a la hora de justificar la elección de la urbe episcopal en detrimento de la villa costera. Desde luego el Concejo eumés no tuvo culpa alguna de su decisión, pues aparte de no poner trabas a la fundación, ordenó indagar los motivos por los que había renunciado a erigirlo allí770. Por suerte, en su testamento explicó de forma meridiana los porqués. Expresó que pese a haber dado poderes a su sobrino político Tomás Maldonado y al conde de Lemos con vistas a erigirlo en Pontedeume, surgieron ciertas diferencias entre ambas partes que impidieron llegar a un acuerdo. Señaló también que fundar actualmente conventos en localidades marítimas equivalía a poner en peligro la vida de las monjas dado el riesgo de invasión que sufría el litoral gallego. Dijo por último que deseaba que la comunidad estuviese sujeta al obispo de Mondoñedo, ciudad que era más barata –inclusive en lo que a materiales de construcción se refiere–, y que además contaba con médico, cirujanos y botica que velarían con mayor eficacia por la salud de las religiosas.

Aparte de las ventajas que según la fundadora ofrecía Mondoñedo, creemos que existían más criterios económicos a los ya mencionados para que prefiriese asentarse en aquella ciudad, e incluso alguno de tipo devocional. Así, según la escritura, existía un acuerdo verbal con el obispo Gonzalo Sánchez de Somoza con vistas a disponer la casa conventual junto a la ermita de Los Remedios, de patronato episcopal desde su erección a mediados del XVI. Lógicamente esta iglesia pasaría a formar parte del complejo monástico. Con lo cual, por escueto o mediano que fuese su tamaño, y aunque los patronos se viesen obligados a financiar una reforma con vistas a aumentar su fábrica edilicia, al menos ya contaban con un templo sin necesidad de levantar otro ex novo. Además este no era un recinto mariano cualquiera, sino un santuario de vital importancia en la comarca al que acudían multitud de fieles. Dicho de otro modo, podría constituir un filón para que las rentas del convento se viesen aumentadas, y también para que distintas mujeres de la zona tomasen allí los hábitos y trajesen consigo las dotes correspondientes."

El Cabildo de la Catedral de Mondoñedo no era muy dado al establecimiento de monasterios que pudiesen perjudicar sus intereses, cual competencia, y se opuso frontalmente a que se hiciese en la ciudad, por lo que María Pardo solicitó entonces construirlo en las afueras, en el barrio extramuros de Couto do Outeiro, donde su heredero y futuro patrón, el Capitán y Regidor Pedro Fernández de Vaamonde, fundase en tiempos una ermita dedicada a Nuestra Señora del Socorro, siendo aprobado el proyecto por el obispo Juan Juaniz de Echalaz en 1646, estando ya María difunta. Se sabe que en 1649 estaba en obras, en 1656 se otorgaba carta de fundación y en 1658 pasan a residir las cuatro primeras monjas, franciscanas, procedentes de Viveiro


Las monjas comprueban que era ese un lugar muy frío y húmedo, que estaba mal hecho, entraba agua de lluvia, los nuevos patrones, el citado Fernández de Vaamonde, junto con su esposa María Pardo Castro y Pimentel, no cumplen lo pactado, no se hacen cuartos para más monjas y el santuario carece de todo lo necesario para la liturgia. La bóveda se caía y hubo que apuntalarla, al igual que el claustro y otras partes, tanto es así que, tras sucesivas intervenciones insatisfactorias, en 1708 el arquitecto Fray Gabriel inspecciona el edificio y afirma que, dada las condiciones de vida de las monjas allí residentes, lo mejor sería tirarlo y hacer uno nuevo, decidiéndose para ello construirlo en Os Remedios, hacia donde subimos nosotros ahora:
"Fray Gabriel elaboró un informe más preciso y detallado que el de sus antecesores, empleando un lenguaje técnico y unos recursos acordes a su condición de arquitecto. Eso sí, respecto al estado de la casa monástica incidió en lo mismo en lo que habían hecho hincapié sus colegas, asegurando que se había levantado sobre un terreno de rico nivel freático, con mala cimentación, materiales pobres, muros de escaso grosor, y una endeble sustentación acorde al peso de la bóveda. Aun así expresó que ni aunque la iglesia se hubiera hecho con los mejores materiales, resistiría en pie por la falta de proporcionalidad con la que se había llevado a cabo. (...)

Terminado el examen de fray Gabriel, el 30 de marzo de 1708 el obispo Muñoz dio al patrono un plazo de seis meses para que reconstruyese las estancias esenciales de la clausura, junto con un oratorio y la portería. Y otros dieciséis para que levantase el resto del convento. Le advirtió que de negarse a ello concedería a las monjas el derecho a instalarse en Nuestra Señora de los Remedios. El prelado justificaba la mudanza a la ermita porque consideraba que ni los Baamonde ni las monjas contaban con recursos suficientes como para construir una nueva iglesia. Lo cierto es que él y las religiosas tenían un gran interés en convertir el santuario mariano en un templo conventual, pues resultaba un lugar “de grandisima debocion” para “los naturales desta provincia” y para otras gentes “de su contorno”. Poco después las concepcionistas le hicieron una propuesta al patrono. En caso de que se estableciesen en Los Remedios, este no perdería sus derechos si les costeaba 600 carros con materiales aprovechables del viejo cenobio. Él aceptó y ambas partes consideraron que con el traslado se cumplía la primigenia intención de la fundadora de erigir el convento en Los Remedios."

No obstante, como casi podríamos decir que no podía ser de otra forma, resurgen los enfrentamientos entre los diferentes poderes de Mondoñedo, que seguían reacios a la construcción de nuevos cenobios en la ciudad o sus alrededores más inmediatos:
"Pero en este ir y venir de acuerdos y desacuerdos entre las monjas, el obispo y el patrono, existían otros agentes que todavía no habían formulado su última palabra. Uno era el Concejo, que tras dar en junio el beneplácito a la refundación, en noviembre reculó a instancias del Cabildo. Este último no estaba dispuesto a permitir la traslación. Su enrocada postura chocó de bruces con la no menos férrea del prelado, y ello condujo a que la relación entre canónigos y mitrado se volviese insostenible a partir de junio de 1708. Las disputas, los desentendidos, las acusaciones y los encarcelamientos, fueron la tónica dominante durante el segundo semestre del año. Ambas partes se habían advertido mutuamente que de impedir o proseguir con la mudanza se las verían en los tribunales. Y cuando parecía que habían limado ciertas asperezas por la vía del diálogo, en septiembre, fray Juan Muñoz consiguió, para sorpresa de todos, un breve del nuncio que permitía el traslado de las monjas."
Escultura del obispo Muñoz y Salcedo en su arcosolio de la catedral de Mondoñedo

Según asegura Javier Gómez Darriba en La arquitectura de la humildad, el obispo Fray Juan Muñoz y Salcedo evitó a las monjas un total desastre y desgracia por medio de esta disposición, y escribe de ello en La arquitectura de la humildad

 "Fray Juan Muñoz salvó de una muerte segura a las monjas concepcionistas del convento de la Encarnación, pues su casa, levantada en la pendiente de una colina en el decenio de 1650, se había convertido en una ruina al poco tiempo de terminarse. El prelado tuvo que litigar durante años con los patronos del cenobio y con el Cabildo para que las religiosas abandonasen el convento extramuros y se instalasen en uno ex novo en el núcleo urbano. E igualmente para que estas pudiesen vivir en el Palacio Episcopal mientras se edificaba su nueva morada"

Pero, según se desprende de lo que este gran investigador escribe en su tesis arquitectónica sobre el Mondoñedo de los siglo XVIII no todos los miembros del cabildo catedralicio estaban conformes ni mucho menos

Esto ofendió sobremanera al cuerpo capitular, pues sentía que el mitrado había llevado a cabo esta diligencia de forma “siniestra” después de apalabrar todo lo contrario. A partir de entonces no solo se aceleraron los preparativos de un pleito, sino que el propio Cabildo vivió un cisma interno que dio lugar a situaciones verdaderamente desagradables, pues algunos canónigos eran familiares de las monjas y estaban a favor de que se instalasen en Los Remedios. Con lo cual, cada vez que trataban este asunto en sus reuniones ordinarias, estos se veían obligados a abandonar la sala capitular.

En septiembre el Cabildo asumió que no había motivos suficientes que justificasen la estancia de las religiosas en el Palacio Episcopal, sobre todo porque el convento se hallaba apuntalado y contaba con espacios completamente seguros. Así que no aceptó la pretendida refundación, y tampoco el visto bueno del obispo ni del nuncio. Además, basó su pertinaz negativa en que instalar el convento en Los Remedios acarrearía notables pérdidas a la fábrica catedralicia, a la de la parroquia de Santiago, y a las capellanías del santuario. En este sentido recibió el apoyo de alguno de los capellanes y del propio cura párroco. En fin, esta amalgama clerical representaba la facción inmovilista al traslado, y con estos argumentos acudieron al Real Consejo, pidiendo que las concepcionistas regresasen al Couto de Outeiro. Lo hicieron recordándole a dicho órgano, que años antes había devuelto hasta Vilalourente a los franciscanos que habían ocupado la ermita de San Antonio do Carrascal. A finales de octubre el Real Consejo se pronunció. Fue consciente de que el cuerpo capitular tenía razón, pues con la instalación de las monjas en el santuario difícilmente podrían los capellanes oficiar las misas solicitadas por los patronos. Con lo cual prohibió que se mudasen allí sin su autorización.

Llegado noviembre, obispo y Cabildo agotaron sus últimas opciones en aras de lograr un acuerdo pacífico. Fray Juan Muñoz trató de convencer a los canónigos redactando unas cláusulas que a su juicio apenas les perjudicarían. Formuló que el cenobio se levantaría junto a la ermita y que esta se convertiría en templo conventual, sin perder por ello su pertenencia a la dignidad episcopal. Lo mismo sucedería con los bienes de la misma, con la salvedad de que cedería a las monjas su administración. Ahora bien, ellas tendrían la obligación de costear los arreglos que el edificio requiriese una vez finalizado. Además permitirían a los devotos el libre acceso, y al obispo y al Cabildo sacar la imagen de la Virgen en procesión siempre que estos lo demandasen. Por último, al hallarse el santuario en la única collación urbana, el párroco percibiría los emolumentos provenientes de los servicios funerarios como hasta ahora venía sucediendo842. El Cabildo, por su parte, hizo un ofrecimiento bien distinto. Propuso restaurar con sus propios caudales una parte del convento arruinado. Concretamente el oratorio, la cocina, la portería e incluso la zona “de los quartos nuebos, y las catorze zeldas q en el se allan”, es decir, el dormitorio alto construido por Antonio Rodríguez Maseda entre 1683-1684. Lo haría con la condición de que las monjas se encargarían de renovar las demás estancias.

A lo largo de 1709 las partes participantes en el pleito olvidaron las enconadas posturas que tantos agravios les habían causado, e iniciaron el camino definitivo hacia la cordialidad. Y todo gracias a que se efectuaron diferentes propuestas con el objeto de llegar a un acuerdo lo más equidistante posible. De esta forma, fray Juan Muñoz pidió a los canónigos que analizasen con detenimiento las capitulaciones que él había ideado, por si había algo en ellas que les perjudicaba. De ser así, solo tendrían que solicitar una revisión, y él haría lo posible por lograr el bien común. Efectivamente, las dos partes modificaron ciertos detalles de mutuo acuerdo. Por otro lado, la madre abadesa ofreció a los capitulares 600 onzas de plata, así como un retablo valorado en 18.000 reales, con tal de que les permitiesen asentarse en Los Remedios.

En paralelo a estos acercamientos el pleito siguió su curso y en 1710 se resolvió la ejecutoria. El Real Consejo falló a favor de quienes querían impedir la traslación. La sentencia invalidó el peritaje de Bernabé García de Seares porque “solo era maestro de escultor ô entallador”. Pero ante todo desacreditó el papel jugado por el obispo Muñoz. Se le acusó de extralimitarse en sus competencias al haberse erigido en juez y parte a la hora de realizar acuerdos con el único objetivo de conducir el convento hasta Los Remedios, algo que incumplía los edictos de Trento, pues si no había dinero para reedificar un convento existente, mucho menos lo habría para hacer uno nuevo, máxime, cuando tres años antes, a la hora de apuntalar el viejo edificio, las monjas se habían servido de una Real Provisión para acopiar madera proveniente de los bosques de la Corona. La resolución judicial debió coger por sorpresa al mitrado, quien quizá falto de ideas, contestó al Cabildo en cuanto supo de ella, que “la redificaçion de dho convento avia menester tiempo”."

Pero entonces, un muy afortunado acontecimiento va a cambiarlo todo radicalmente y para bien: una devota residente en León, María Marquesa Pardo, aforó a las monjas unos solares, con casas y huerta, que tenía en este lugar que vemos ahora, y les dio carta blanca a que edificasen todo lo necesario. Este sería el origen del actual Convento de la Concepción, tal vez con planos del arquitecto José Martínez Celiz y hasta bula papal de Clemente XI, el contraste con los largos y continuos y pleitos contratiempos anteriores no podía ser mayor:
"Resulta casi jocoso que después de un lustro de continuas y graves disputas en el seno de la Iglesia mindoniense motivadas por el desalojo de las monjas del Palacio Episcopal, y sobre todo por decidir en qué promontorios de las afueras habrían de instalarse, si en Los Remedios o en el Couto do Outeiro, estas terminasen introduciéndose en el centro de la ciudad. Lo realmente curioso es que la elección de este destino no fue cosa del obispo. Ni tampoco del Cabildo. Y mucho menos del Real Consejo. Pues para colmo, se integraron en el núcleo urbano sin contar con su autorización. La verdadera culpable fue una devota llamada María Marquesa Pardo Lanzós Aguiar y Montouto, que residía en León y había quedado viuda del capitán Pedro Bravo de Hoyos. Señora de las casas de sus apellidos y de las jurisdicciones de Cabarcos y Canedo, en mayo de 1712 aforó a las monjas una gran parcela que contenía varias huertas y tres casas que daban hacia la Calle de Batitales, hallándose inmediatas a la puerta de la muralla del mismo nombre. Esta mujer dio libertad a las religiosas para que edificasen allí cuanto quisiesen. Por semejante propiedad solo les pidió la simbólica cantidad de 77 reales al año, y que restituyesen en el convento los dos escudos de armas que lucían sus viviendas. 

De esta manera se puso metafóricamente la primera piedra para que la comunidad claustral abandonase de una vez por todas el Palacio Episcopal, en el que llevaba residiendo desde finales de 1707. Aquel inmueble no era el sitio más idóneo para que las monjas pudiesen llevar a cabo los ejercicios propios de su profesión, como tampoco un lugar salubre en cuanto a convivencia. Pensemos que en su flanco meridional, que daba a la Plaza, al poco tiempo de entrar en él vivían hacinadas 24 religiosas, que, junto con las criadas y las seglares, sumaban 30 mujeres. Tras visitarlas el médico titular de la ciudad, aseguró que por la situación y tamaño de aquel hospicio, corrían “peligro de padezer y experimentar graves enfermedades expecialmte de tabardillos y fiebres malinas y contagiosas”. Ellas ya se habían quejado de que por falta de espacio dormían “a dos, y a tres juntas, y por el suelo muchas”. El galeno corroboró esta situación y añadió que carecían de agua para su higiene personal, de ventanas que ventilasen sus cuartos, e incluso de huertas donde cultivar y esparcirse. En definitiva, la intervención de María Marquesa supuso una auténtica bendición tanto para las regulares como para el obispo. Con ella se ponía punto y final a la incómoda situación de la comunidad en un palacio que, ahora sí, volvería a cumplir su función intrínseca, pues cabe recordar que desde 1710 no lo habitaba su verdadero inquilino: el obispo, quien muy probablemente cumpliendo un mandato de la nunciatura, se había visto obligado a abandonarlo y a poner rumbo hasta la villa de Viveiro, donde residió en el convento de los frailes franciscanos hasta su regreso a Mondoñedo en la Semana Santa de 1714."

Cuando en mayo de 1712 se oficializó el foro entre María Marquesa y las concepcionistas, los canteros Salvador Fernández Villabeirán, Antonio Fernández Villanueva y el carpintero Cayetano Fernández da Graña, acudieron a ver el estado en que se hallaban las casas de la rúa de Batitales a las que iban a venir las monjas, siendo su aspecto totalmente desolador, por lo que habría que ponerse manos a la obra par construir un nuevo convento:
" Las encontraron “desmoronadas y caydas”, inclusive las paredes que cerraban las huertas. Y concluyeron que reconstruirlas y hacerlas habitables supondría un gasto superior a los 10.000 ducados. Escasas semanas más tarde, se fijaron cédulas en la ciudad y en otros puntos de la geografía gallega, con vistas a que concurriesen en Mondoñedo arquitectos que quisiesen llevar a cabo la obra. Al mismo tiempo las monjas noticiaron a los canónigos que no debían preocuparse por su instalación en el núcleo urbano, pues los derechos y regalías de los capitulares no se verían menoscabados. Estos hubieron de confiar en su palabra, pues lejos de entrometerse en este asunto, se lo traspasaron al obispo Muñoz, quien lógicamente aprobó la situación pese a no existir un dictamen del Real Consejo al respecto El 16 de septiembre las franciscanas llegaron a un acuerdo extrajudicial con su patrono Isidro José Baamonde y Figueroa, y con su tutor Diego Saavedra, por el cual rubricaron ciertas cláusulas que favorecían la mudanza. En primer lugar las religiosas podrían reaprovechar los materiales de sus antiguas dependencias en el Couto de Outeiro, salvo en lo tocante a la iglesia, de la cual solo tendrían derecho a la sección concerniente al último arco toral y a la inmediata capilla mayor, incluyendo el mobiliario de dicha zona, caso del retablo mayor. De forma que el resto de la nave, la media naranja, o el altar de San Isidro, quedarían para el patrono, quien podría recolocar este último mueble en el viejo templo. Los materiales se carretearían desde la falda de aquella colina hasta la urbe, donde se pondrían a pie de obra. En total serían 600 carros de bueyes que pagaría íntegramente Isidro Baamonde a fin de perpetuar la vinculación de su linaje con el patronato de la casa monástica. De este modo conservaría el derecho a colocar su escudo de armas sobre la puerta de la iglesia, y el de disponer de un sepulcro con su blasón en el lado del Evangelio del altar mayor. Allí gozaría del privilegio de contar con otras dos sepulturas en el suelo, junto a las gradas del altar, en cuyas losas se grabarían igualmente las armas familiares. En base a estas prerrogativas las monjas permutaron a los Baamonde su antiguo recinto en el Couto de Outeiro. De esta forma pusieron punto y final a su historia sobre aquel promontorio tras seis décadas verdaderamente azarosas.

De todos modos el desmantelamiento del viejo cenobio y la conducción de despojos hasta el núcleo urbano ya se había iniciado hacia 1710-1711, es decir, poco antes de que se oficializase la escritura de aforamiento con la propietaria del solar y con los Baamonde. Ahora bien, el grueso de la demolición se llevó a cabo una vez se firmaron las escrituras ya conocidas, esto es, a lo largo del segundo semestre de 1712. En mayo del año siguiente las monjas ya habían derribado todo cuanto necesitaban, y creían que los “maestros del arte” que edificarían su nuevo convento lo harían “mas breue, façil” y con menor coste que el antiguo. Según Eduardo Lence-Santar, estos fueron Antonio Blanco, Salvador Fernández Villabeirán y José de Lapine, y su contratación se hizo efectiva el 8 de mayo. A partir de aquí se abrió un plazo de cuatro meses en los cuales tendrían que demoler los viejos inmuebles de María Marquesa y levantar otros desde los cimientos. Solo cobrarían por su trabajo, pues todos los materiales les serían proporcionados por las monjas, quienes sin duda les debieron de ofrecer todo cuanto habían acopiado del anterior monasterio. El precio por la braza de pared quedó fijado en 8 reales, mientras que los pedreros ya conocidos, así como los demás oficiales que trabajarían junto a ellos, cobrarían semanalmente y por jornal, estableciéndose en 3,5 reales diarios el de los canteros, y en 2 el de los peones. Es posible que estos maestros fueran los encargados de derruir entonces parte de la muralla y su Porta de Batitales o de Santo Domingo."

Para hacer el convento, efectivamente se derribó la citada Porta de Batitales y un lienzo de la cerca medieval de Mondoñedo, ya por entonces en plena decadencia, al menos desde la centuria del 1500 , como bien señala Gómez Darriba:
"hemos podido comprobar la situación de abandono que experimentó la muralla desde mediados del siglo XVI en adelante, y también hemos sabido del interés municipal por fortalecer los sectores de la misma inmediatos a sus puertas. De todos los comentarios referidos a la cerca, el más revelador fue aquel de 1596 en el que prácticamente se negaba su existencia por estar desmoronada en distintas zonas y mimetizada con el caserío. Esta sentencia, lejos de parecer exagerada, la avalan otros documentos del siglo XVIII. En esta centuria el Ayuntamiento continuó siendo en algún caso indulgente con aquellos ciudadanos que querían realizar una obra privada que afectaba a la muralla. Para que les fuese autorizada bastaba con que restituyesen los daños causados en ella con dinero de su bolsillo278. Pero este sistema aceptado por tradición no siempre fue del gusto de todos los integrantes del gobierno municipal. Así lo puso de manifiesto un miembro de la corporación en 1736 a raíz de una fachada que pretendía adelantar un particular hacia la Calle de la Soledad –hoy Praza do Concello–. Expresó que en aquella vía, por culpa de la transigencia secular del Ayuntamiento, la muralla se había transformado en una amalgama de inmuebles privados y de tapias para huertas. A su entender esto suponía un riesgo dada la proximidad de la costa y la ausencia de una plaza fuerte en ella. De ahí que creyese que lo más prudente sería reedificarla con torreones, fosos, revellines y demás elementos propios de las fortificaciones modernas. Esta postura pudo haber calado en el Concejo, pues en 1743 manifestó que no convenía seguir menoscabando la muralla con la edificación de nuevas casas por si se producían ciertos ataques o guerras. De todos modos por aquel entonces ya se había perdido para siempre la Porta de Batitales, y es posible que también la Porta da Rúa Nova y la Porta Nova, pues en 1763 ya no existían."

Es decir, en 1763, una vez concluidas las obras de este convento, se registra la desaparición definitiva de aquella puerta y con ella de otro sector de las murallas medievales, triunfaban el barroco y sus nuevos edificios y construcciones, tal que este convento, del que Gómez Darriba busca la autoría:
"Queda pues discernir quién diseñó el nuevo convento. Desde luego no pudieron ser los citados maestros, pues conocemos su discreto currículum y ninguno de ellos respondía al perfil de un arquitecto que realizase trazas de cierta magnitud. Lo cierto es que cuando en septiembre de 1712 la comunidad firmó el citado convenio con el patrono, las obras todavía no habían sido rematadas, y muy probablemente ni tan siquiera estuviesen proyectadas. Pero el 24 de abril de 1713, el Ayuntamiento vio un memorial presentado por la madre abadesa en el que explicaba que no existía intención por parte de las religiosas de causar daños urbanísticos con la erección del cenobio. De hecho pretendían dejar libres dos calles que circundasen el edificio y confluyesen entre sí. El Consistorio decidió acudir al lugar donde se levantaría el convento junto con el obispo y el “maestro o maestros que allan de correr con la obra”, esto es, con José Martínez Celiz, un arquitecto al que las monjas habían mandado traer desde Vilanova de Lourenzá. Como dijimos en el apartado dedicado a los artífices del Mondoñedo moderno, por aquel entonces este se hallaba en la villa laurentina construyendo la cámara abacial del monasterio de San Salvador. El maestro asturiano propuso que la nueva calle que se hiciese frente al convento midiese 16 tercias, y que se empedrase como las demás, pues hasta la fecha era un simple camino circundado por viviendas y un muro. La vía a la que se hace referencia es la actual Rúa Concepción.

Durante los días en que Celiz examinaba lo que sería la nueva obra, el Cabildo comunicó a fray Juan Muñoz su interés porque regresase de Viveiro. El mitrado respondió que era lo que “con mas ansia deseaba”, y que tenía decidido tomar “p r su quenta hacer ospicio capaz y bastante en este verano, en donde las religiosas pudiessen recogerse, y echo esto, se vendria a su cassa con todo gusto”. El Cabildo celebró la decisión, y se comprometió a olvidar cuestiones farragosas del pasado, y a firmar con las monjas una escritura de concordia. En dicho mes de mayo se llegó a un acuerdo definitivo entre la comunidad de la Encarnación, el Cabildo, el mitrado, los patronos del convento y el párroco de Santiago, y se verificó el traslado desde el hospicio del Palacio Episcopal hasta las casas y huertas de la Calle de Batitales.

A partir de entonces el avance de las obras estuvo marcado por las dificultades en su financiación. Por suerte para las franciscanas, fray Juan Muñoz volvió a mostrar sus dotes de bienhechor donándoles más de 7.500 ducados y prestándoles otros 1.300. La comunidad también se vio beneficiada por la dote de tres monjas, que reportó 4.200 ducados. Con la suma de todo ello, y la de otros 1.000 ducados provenientes de las limosnas de particulares y de la redención de algunos censos, las religiosas consiguieron aunar 14.000. Con dicha cantidad “se fabrico en primer lugar angulo y medio con sus dos altos, catorce celdas, oratorio, y ottras ofizinas”. Y hasta allí se trasladaron las concepcionistas a fines de mayo de 1714, abandonando el Palacio Episcopal en el que llevaban viviendo seis años y medio. A continuación se hizo “la yglesia, con sus coros y sachristia que ocupa otro angulo, y se prinzipio la obra de tres lienzos del claustro”. El aparejador que construyó el templo fue José Antonio Ferrón. Esto lo sabemos porque en mayo de 1716 se le contrató la reedificación parcial de la iglesia de Los Remedios, y en dicha escritura se le citó como el “maestro que corre con la fabrica de la yg.la de las rrelijiosas de la encarnazon desta ziudad”.

A más tardar, el templo ya estaba terminado a principios de septiembre, y el 30 de dicho mes tuvo lugar la ceremonia de dedicación. Esta se hizo coincidir con el día de san Jerónimo a petición del obispo Muñoz, deseoso como estaba de que una solemnidad tan sumamente singular se celebrase en el día del santo a quien tantísima devoción profesaba. El Cabildo tuvo la deferencia de escoltar al mitrado en el cortejo procesional que salió con el Santísimo desde la catedral hasta el convento. Pero las muestras de agradecimiento a este munificente prelado no terminaron aquí. Y así, a inicios de 1717, conmovidas las monjas por la magna limosna y el préstamo que les había concedido, decidieron fundar en su honor dos misas cantadas que se oficiarían anualmente en la iglesia conventual. Una se diría en el altar mayor por el día de la Exaltación de la Cruz –14 de septiembre–, y otra en el altar de San Jerónimo en el referido día de su fiesta. Dicho altar debía corresponder con el retablo salomónico que hoy se halla en el lado del Evangelio del transepto. En su ático aparecen las armas del obispo. Por su ornato y morfología lo atribuimos al escultor Bernabé García de Seares. Este mueble debió acoger en un primer instante a la imagen de san Jerónimo que hoy día se halla en el segundo cuerpo de la calle central del retablo mayor. El traslado de la misma a un sitio tan preeminente tuvo lugar en este episcopado. De hecho, durante el mismo, dicho Padre de la Iglesia latina se convirtió en compatrono del monasterio. De ahí que la documentación de los siglos XVIII y XIX lo reseñe muchas veces como convento de San Jerónimo.

En octubre de 1716, esto es, pocos días después de la ceremonia de dedicación del templo, el prelado dijo que ya se hallaban “fabricados la maior parte” de los “quatro angulos” del convento867. Sin embargo, seis meses más tarde, todavía faltaba para concluirlo “mucha parte de techos, armazon fayados, suelos de altto y vajos, la diuision de celdas, locutorios, y enteramente un paño del claustro, y otras ofizinas prezissas”. Urgía poner fin a todo esto para evitar que se deteriorase lo ya construido. Pero la comunidad carecía de medios y adeudaba 4.000 reales a oficiales y peones. Por suerte, en aquel mes de abril acudió al rescate el canónigo Pedro de Leiva, quien financió íntegramente la dote de dos nuevas monjas que tomaron los hábitos, valorada en 1.200 ducados. Gracias a esta cantidad se aceleró la finalización de las obras . El libro de cuentas de la comunidad perteneciente a este periodo, revela que las del convento costaron 39.494 reales, y las del templo 52.864 con 7 maravedíes. Con lo cual, el total ascendió hasta los 92.358 reales y 7 maravedíes. De todos modos aquí no se recogen todos los gastos habidos. Ello lo sabemos porque fray Juan Muñoz había entregado 96.800 reales, aparte de que las monjas, como dijimos, habían llegado a acumular 14.000 ducados, es decir, 154.000 reales para gastar en la edificación. Sea como fuere, este documento revela la existencia del típico libro de contabilidad de las obras, el cual no hemos sido capaces de encontrar. Tampoco tenemos constancia de que hoy se conserve. Una auténtica lástima porque nos habría proporcionado un conjunto de datos mucho más certeros acerca de los pagos al tracista, aparejadores, canteros y demás operarios que entre 1713-1717 levantaron el convento. Aparte de los maestros y pedreros ya citados, solo podemos asegurar que también laboró allí el cantero mindoniense Alonso González da Insua, pues en abril de 1717 dijo contar con 56 años aproximadamente y “auer asistido […] desde su prizipio” en las obras del convento. Justo cuando se concluyeron estas, dieron inicio las de la fachada de la catedral, pagada íntegramente por fray Juan Muñoz. Con lo cual, no sería de extrañar que trabajasen en ella muchos de los canteros provenientes del monasterio."

La estructura del edificio es de planta cuadrangular que cierra en el interior un patio central. Este lado es el ocupado por el templo del convento, con una espléndida portada, mientras que los otros tres se destinaron a dependencias monacales y celdas o habitaciones de las religiosas:
"Las escuetas dimensiones del conjunto se explican por distintos motivos. En primer lugar porque se adaptó al solar urbano que María Marquesa Pardo había cedido a las monjas. Estas no requerían de un gran edificio puesto que entre religiosas, seglares y sirvientas, rara vez superaban la treintena. Además tampoco gozaban de una solvencia económica que les permitiese acometer grandes obras. La iglesia se dispuso en el flanco meridional del cenobio, y su capilla mayor se orientó canónicamente hacia el este. La fachada principal no es más que el frente lateral abierto a la antigua Calle de Batitales –hoy Leiras Pulpeiro–. Su presencia pasa muy desapercibida debido a la estrechez de la vía. Entre el extremo occidental de la misma –donde se ubica el campanario–, y el oriental –donde se halla la capilla mayor–, existe un desnivel muy notable. Quizá con el ánimo de homogeneizarlo, el arquitecto trazó una línea basamental que discurre a lo largo de todo el muro. Sobre esta dispuso dos contrafuertes paralelos a los machones del interior, que les sirven de refuerzo a la hora de sostener las cargas generadas por las pechinas y la media naranja. Por lo demás, la fachada se horada con ventanas de diferente formato sitas a distinta altura, restándole al conjunto un carácter mínimamente armónico. El hecho de que muden su tamaño y ubicación responde a criterios funcionales. De ahí que las del coro alto sean alargadas y las del bajo mucho más cortas. Las restantes iluminan la nave, el crucero y la capilla mayor. Y salvo la de la portada, todas presentan unos sencillos marcos de cantería cuyos sillares también se disponen de forma un tanto irregular."

Acercándonos a admirar esta artística portada reparamos también en el campanario, "erguido sobre una torre con esquinales de cantería vista, y cuyo cuerpo de campanas lo articulan unas pilastrillas sobrepuestas de fuste acanalado. El remate lo conforma un cupulín y un conjunto de pinaculillos."


La soberbia portada es de dos pilastras de media caña tipo dórico, con cornisa y frontón circular acabado en bolas:
"Sin lugar a dudas dicha portada supone el elemento más singular del frontispicio. Se configura por medio de dos pilastras toscanas de fuste rehundido sobre las que se aúpa un entablamento ciertamente clasicista para las fechas en que nos movemos. Su friso lo animan triglifos y metopas, y bajo este aparecen otros elementos de la arquitectura clásica, tales como la tenia, la régula o unas gotas piramidales. Las metopas, por su parte, se revisten con motivos florales. La puerta del templo presenta un arco adintelado en cuya clave se labra una hoja de acanto. Lo más llamativo es su marco moldurado. Fundamentalmente por el trazado mixtilíneo que adoptan todos sus ángulos, tanto los superiores como los inmediatos a las basas y plintos de las pilastras, y que ya hemos relacionado con la arquitectura asturiana de principios del XVIII al hablar de la figura de José Martínez Celiz (figs. 89-91). Sobre el friso monta un frontón semicircular, roto en el vértice superior, y cuya cornisa ostenta un cierto vuelo. En los extremos, a eje con las pilastras, se yerguen sendos pinaculillos troncopiramidales culminados por una bola."

En la cornisa un frontón semicircular y en él la imagen de la Virgen Inmaculada en piedra. Es posible proceda del antiguo convento de Couto de Outeiro, del que se aprovecharon algunas cosas, no muchas, entre ellas también el retablo mayor y algunos arcosolios, sepulcros con arco, en el interior:
"La zona intermedia del tímpano la ocupa una pequeña ventana ante la cual se sitúa la imagen pétrea de la Inmaculada, titular de la Orden concepcionista que rige el convento. Su tipología iconográfica responde al modelo acuñado por Gregorio Fernández en el primer tercio del siglo XVII. Posteriormente reproducido en Galicia por su discípulo Mateo de Prado, aunque adaptado a un canon más corto ligado a la manera tradicional según la cual se figuraba a la Purísima en territorio gallego desde los tiempos del gótico tardío. El caso es que esta forma de representarla pervivió en el noroeste peninsular hasta el primer tercio del setecientos, y esta imagen, así como la coetánea del retablo mayor del convento de Os Picos, son buen ejemplo de ello. Al fin, sobre el frontón, y bajo un tornalluvias a dos aguas presidido por una cruz, se encastran en la pared una amalgama de escudos y adornos"

Arriba escudos del obispo Fray Juan Muñoz y Salcedo (quien sufragó gran parte de esta obra), de la Orden Franciscana, y de los patrones del convento, los citados María Marquesa Pardo Lanzós Aguiar y Montouto, y su esposo el capitán Pedro Bravo de Hoyos :
"De izquierda a derecha nos encontramos con las armas del obispo Muñoz y Salcedo, auténtico promotor del traslado del convento y de su posterior edificación. A continuación las de la Orden franciscana de la Inmaculada Concepción. Y finalmente las de Isidro José Baamonde y Figueroa, patrono del cenobio. Sobre los blasones se disponen unos motivos vegetales labrados en cantería y el trozo de una voluta. Estos ornamentos no tienen demasiada relación entre sí, y es posible que se traten de piezas reaprovechadas de otro edificio. Pese a que su colocación es un tanto caótica, se logra un efecto de horror vacui que homogeniza el conjunto de escudos antedichos habida cuenta de que no poseen el mismo tamaño. De ahí que creamos que esta decoración se empleó con la finalidad de darle a la portada un sentido unitario y armónico."

La Virgen con corona y media luna, uno de los símbolos marianos más comentados, presente en el Apocalipsis de San Juan"Una gran señal apareció en el cielo, una mujer vestida de sol, con la luna bajo sus pies y una corona de doce estrellas. Está en cinta y grita por los dolores de dar a luz". Ella, que va a dar a luz, se enfrenta a un dragón monstruoso..."con siete cabezas y diez cuernos" (...), "pero se le dieron a la mujer las dos alas del águila grande para volar hacia el desierto"

Foto: Javier Gómez Darriba

La iglesia es de pequeño tamaño y eso se nota especialmente cuando pasamos al interior, donde hay retablos laterales y un altar mayor, con arcosolios a ambos lados, con sepulcros, uno de los patronos y otro que posiblemente estaba destinado al obispo benefactor pues muestra su escudo, aunque sin embargo fue enterrado en la catedral:
"Pasando al interior de la iglesia, cabe señalar que sus pequeñas dimensiones se traducen en una planta longitudinal dividida en cuatro tramos. La mitad de los mismos conforman la nave, incluyéndose en el primero el coro de la clausura. El tercero es el más amplio y corresponde al crucero. Antecede a una capilla mayor verdaderamente corta. Los muros se articulan por medio de pilastras toscanas cuyos fustes cuentan con un cajeado atípico, pues los rehúnde una ranura cóncava, inusual en la arquitectura gallega."
Foto Mondoñedo Turismo

 Arriba, la bóveda y su linterna, otro muy importante elemento constructivo:

"Las pilastras del crucero se achaflanan, conformando una suerte de machones en los que se apoyan las pechinas sobre las que se yergue la media naranja. Esta se culmina con una linterna rematada en un cupulín abovedado y adornado por un sencillísimo florón. La cobertura del templo se compone de cuatro arcos de medio punto de intradós cajeado sustentados en las pilastras citadas. Las bóvedas son de aristas en la nave y de cañón en la capilla mayor. Respecto a los muros laterales solo cabe añadir que se animan gracias a una saliente línea de imposta, así como a la silueta moldurada que corre bajo los plementos simulando la presencia de arcos formeros. A ambos lados del altar mayor hay un par de arcosolios de medio punto sobre impostas. Hemos de recordar que el convenio firmado entre los Baamonde y las monjas concretaba que la familia tenía derecho a trasladar los sepulcros de la capilla mayor del primitivo convento al nuevo. Por esta razón, y viendo la morfología de los nichos, sospechamos que el del lado del Evangelio se montó en la década de 1710 tal y como estaba en su antiguo emplazamiento. Su estado y morfología, concordante con los planteamientos de Diego Ibáñez Pacheco, así nos lo hacen creer. El de la Epístola, sin embargo, parece un ensamblaje poco afortunado de materiales reaprovechados del viejo cenobio con otros del siglo XVIII. Lo más destacable en él es la presencia del escudo del obispo Muñoz. Ello induce a pensar que este fue el emplazamiento en el que quiso ser enterrado originalmente, pues el templo se concluyó en 1717, y no fue hasta 1718 cuando se le permitió contar con un sepulcro individualizado en el interior de la catedral."
El retablo mayor, obra del escultor y maestro arquitecto Berbabé García de Seares, es barroco, está bellísimamente dorado y se dice que es una verdadera réplica del existente en el monasterio de Os Picos, hoy arruinado, otra fundación monástica que tuvo en sus tiempos los mismos serios problemas para establecerse en la ciudad por idénticas causas a este, con interminables pleitos

Foto Mondoñedo Turismo

Tiene en medio un gran relieve con la Encarnación y, arriba, el Padre Eterno y el Espíritu Santo, además todo él con numerosas imágenes de santos 

 A la izquierda (lado del evangelio), están enterrados, como hemos dicho, los patronos de este convento, tal y como se estableció, por escritura de concordia, entre otras disposiciones:
“Junto al altar mayor al lado del Evangelio en la pared se haga a su costa el Patrono un nicho en donde construirá un sepulcro en que pueda disponer de enterrarse y se entierren los patronos sus sucesores y más personas de su voluntad y que en el referido nicho pueda poner su piedra de armas"
Este es el retablo de la Inmaculada, obra también de Bernardo García de Seares, con el escudo del obispo Muñoz y Salcedo, quien lo costeó, arriba entre dos ángeles. La imagen es del siglo XIX

Foto Mondoñedo Turismo

El mismo retablo con Santo Domingo de Guzmán

Foto: Javier Gómez Darriba

Este otro retablo presenta un relieve de Santo Domingo de Guzmán y, a los lados, tallas de Santa Bárbara y de San Benito de Palermo, además de escudo de Don Antonio Moscoso, que lo mandó hacer 

Foto Mondoñedo Turismo

Santa Beatriz de Silva, fundadora de la Orden de la Concepción. Hay también un lienzo de la Virgen con el Niño, del siglo XVII, una Piedad del XVIII, y una imagen de San José del siglo XIX, que salía en la procesión de la Sociedad de Obreros Católicos

Foto: Mondoñedo-net

La portería del convento
"Y respecto al resto de frentes del edificio cabe destacar que el oriental cuenta con tres partes diferenciadas. Primeramente la pared que cierra la capilla mayor, en la que solo se abre una ventana que sirve de transparente a la hornacina del cuerpo superior del retablo. A continuación el muro claustral, en cuya planta baja se encuentra la sencilla portada adintelada que conduce a la portería y al torno. Mientras que en los pisos altos se horadan dos filas de ventanas enrejadas correspondientes a cada una de las celdas y demás estancias."
Foto: Mondoñedo-net

La portería desde el exterior (rúa Concepción)

Foto: Mondoñedo-net

Aquí, sobre la rúa Concepción, se hizo una torre mirador, al lado de la que había dos casas, las cuales, al ser adquiridas años después a la construcción del templo, fueron habilitadas para nuevas dependencias:
"En el ángulo del frontis se eleva un cuerpo a modo de torreón concebido originalmente como mirador, en el que destaca su prominente alero. Todo lo comentado hasta ahora se construyó entre 1713 y 1717. En aquellos años, junto a la esquina del mirador, había dos casas anejas al cenobio. Las monjas las adquirieron en 1730 con la intención de derribarlas para aprovechar su solar como zona hortícola. El Ayuntamiento les permitió que efectuasen dicha operación siempre y cuando alineasen el nuevo muro de cierre con la fachada conventual, de modo que la calle quedase con la misma anchura. El arquitecto encargado de diseñar y presupuestar la obra fue el lego alcantarino fray Lorenzo de Santa Teresa, quien en ese mismo año se encontraba en Mondoñedo dirigiendo la construcción del convento de San Francisco del Rosal. Aunque la documentación no cita explícitamente su nombre, sí alude a él en más de una ocasión como el “Maesttro de los religiosos de el s.or s n Pedro de Alcantara”. El fraile simplemente tuvo que diseñar un muro en cuyo esconce final se abriría la Puerta de los Carros. Este portalón fue reedificado desde sus cimientos entre 1779 y 1782874. Presenta un vano adintelado cuyo dovelaje dibuja un arco escarzano en su extradós."

Otro detalle del interior

Foto: Javier Gómez Darriba

Y este es el hermoso y apacible claustro del convento:
"En cuanto a los cierres claustrales de los flancos septentrional y occidental solamente podemos decir que miran hacia la clausura y que su diseño reitera el modelo del lado oriental, destacando en ellos únicamente la presencia de sencillas ventanas enrejadas. Esta sobriedad también se manifiesta en el interior del patio central. Carece de las típicas arquerías propias de un claustro, y solo presenta ventanas y balcones en su planta baja y dos pisos, así como líneas de imposta que dividen dichas alturas. En definitiva, el conjunto del edificio destaca por su austeridad y porque en cierto modo pasa desapercibido. Este carácter discreto, tan propicio a una clausura, se refuerza gracias al caserío que ciñe el solar conventual, ocultando buena parte de la vida monacal que se desarrolla en su interior, y también por medio de una alta tapia que hace el resto a la hora de preservar la intimidad de las religiosas. La arquitectura comentada adolece de cualquier elemento articulador u ornamental a excepción de la portada. En definitiva, transmite unos valores de sencillez y recogimiento acordes a la Orden religiosa que rige la casa monástica. "

Siguiendo ruta por la rúa Leiras Pulpeiro pasamos al pie de la torre barroca del campanario del convento, que tiene en su interior claustro central rodeado de huerta. El convento, el único de clausura de la ciudad, no fue suprimido con las desamortizaciones en 1835, si bien perdió buena parte de sus bienes:
"A modo de conclusión, cabe destacar que la humildad arquitectónica de este convento se justifica por múltiples razones. Por un lado, por la pobreza de la Orden que todavía hoy lo rige. Por otro, por lo pequeña que fue esta comunidad desde su origen, en cumplimiento de lo escriturado por la fundadora. También por la debilidad económica de una familia hidalga venida a menos, que a duras penas lograba pagar la cuota exigida para mantener el patronato. Asimismo, por la celeridad con que se quiso concluir su edificación. Ello se debió al interés general en poner fin a la insólita situación de que las monjas residiesen en el Palacio Episcopal mientras que el obispo lo hacía en Viveiro. Por último, su austeridad también se explica por los grandes esfuerzos que tuvo que hacer este prelado a la hora de financiarlo, compaginando sus gastos con la reserva de partidas económicas destinadas a las empresas arquitectónicas y artísticas que promovía coetáneamente en Mondoñedo, tales como la construcción de la iglesia de San Martiño de Vilalourente, los órganos de la catedral, o la inminente reforma de su fachada. Obras que jamás se hubieran materializado entonces de no ser por su espíritu munificente. Aparte de todo esto, el convento resulta interesante por haberlo diseñado José Martínez Celiz, quien incluyó en su fábrica ciertos formulismos traídos de la arquitectura asturiana del momento, caso de los ángulos quebrados en el enmarque moldurado de la portada."

Justo enfrente, a la izquierda, está la casa donde nació en 1910 Victoriano López García, Ingeniero Industrial y cineasta que, tras sus estudios de carrera en Bilbao, su pasión por el cine hizo de la Escuela de Ingenieros Industriales de Madrid, de la que fue catedrático, un ejemplo de enseñanza en el ámbito de los estudios cinematográficos, hacia los que se sintió prontamente atraído, colaborando en revistas y publicaciones como Primer Plano, Radiocinema, Espectáculo y la Revista Internacional de Cine

Victoriano López García

Su afición por el séptimo arte sin duda le viene dada porque su abuelo era el dueño del Cine Galicia, el único de Mondoñedo, del que recordaría años después:
"O local estaba nun baixo do Casino e ía moito alí cos meus amigos, entre os que estaba Álvaro Cunqueiro"

Fue ingeniero jefe de la Sección de Distribución de Materias Primas de la Subcomisión Reguladora de la Cinematografía y, en 1942, realizó un curso cinematográfico, germen de la Sección de Cinematografía, construyéndose un plató, un laboratorio de revelado y una sala de proyección, publicándose además la revista Cine Experimental, que en su primer número decía:
"CINE EXPERIMENTAL aparece para un público más restringido: para los profesionales del cine y para todas aquellas personas, cada día más numerosas, que se acercan a su área impulsadas por una afición o vocación seriamente enraizadas

En España no existe ni ha existido nunca una revista de este tipo. Seguramente no ha habido ocasión para ella. Ahora, que el cine español ha adquirido un volumen considerable, en el que están complicados extensos e importantes intereses y una multitud creciente de seres que le dedican su actividad profesional, ha llegado el momento, creemos nosotros, de dar a luz una revista que puede desenvolverse cómodamente dentro de la órbita cinematográfica. Todas las grandes industrias son capaces de alimentar publicaciones que pongan en relación los distintos elementos que la integran. Con mayor motivo el cine, el cual, a la potencia de sus intereses económicos añade la seducción de ser un arte que hace vibrar a los espíritus atentos.

Se considera al llamado Séptimo Arte como un arte tributario a otras artes ya viejas en la historia del mundo: la música, la novela, el teatro, etc.; sin embargo, tiene una personalidad irresistible que supera el plural vasallaje y atrae no solamente a las grandes masas que llenan los locales de proyección, sino también a las inteligencias selectas, que si bien un día lo contemplaron con desdén, hoy comienzan a darse cuenta de su enorme trascendencia"

Con eso, desde su jefatura en la Subcomisión Reguladora de Cine, y con la ayuda de su tertulia de amigos del madrileño bar La Elipa, funda en 1947 el Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, llegando a ser su primer director. Sus aulas recibirían a los primeros estudiantes en el otro de aquel año, haciéndose cargo López García de la asignatura Óptica y Cámaras, transformando el cine español, de forma artística e industrial, instruyendo a realizadores, productores, directores de fotografía, actores y guionistas

Foto Premios Goya. Academia de Cine

Dirigió esta novedosa entidad nueve años, hasta 1955, cuando pasó a depender del Ministerio de Información y Turismo y, la cierta independencia con la que funcionaba este Instituto, terminó, proceso que culminaría en 1962 al refundarse como Escuela Oficial de Cinematografía, que seguiría formando nuevos profesionales, pese a que la s últimas convulsiones de la dictadura agitaran su estabilidad, provocando su extinción en el curso 1975-1976, ya decretada tres años antes por el ministro Sánchez Bella

Foto Premios Goya. Academia de Cine

En 1990 Victoriano López García recibió el Premio Goya de Honor. Le entregó el premio su alumno de aquella primera promoción el gran cineasta Luis García Berlanga, Presidente de Honor de la Academia de Arte y Ciencias Cinematográficas. José de Cora recuerda así aquel momento:
"En esa ocasión, cuando Andrés Pajares y Carmen Maura anuncian el premio de Victoriano y Berlanga se lo entrega, el mindoniense, hombre ya de 79 años, arranca su agradecimiento sin esperar a más preámbulos. Berlanga, hace un gesto inequívoco como para decir a los presentes: «Aquí tenían que venir mis palabras», pero acepta con una sonrisa la anticipación de su maestro. El hombre está acostumbrado a que nadie hable de él"

Esta placa fue colocada en 1999 en la fachada de su casa natal, cinco años después de su fallecimiento en Madrid y cien años después del Centenario del Cine en Mondoñedo, celebrado entre el 27 y 30 de abril, con un homenaje a su obra y figura, así como diversas proyecciones. En la página de los Premios Goya leemos también esta su biografía cinematográfica:
"Goya de Honor 1990 . 4 Edición
Victoriano López García, director del IIEC 
Mondoñedo (Lugo), 1910 – Madrid 1995 
Catedrático de la Escuela Especial de Ingenieros Industriales muy atraído por las cuestiones cinematográficas, sobre las que disertaría en numerosas ocasiones, Victoriano López García colaboró desde muy pronto en diversas publicaciones especializadas, como Primer PlanoRadiocinemaEspectáculo o la Revista Internacional de Cine, al tiempo que ocupaba algunos cargos en la administración relativos al mismo campo, como el de ingeniero jefe de la Sección de Distribución de Materias Primas de la Subcomisión Reguladora de la Cinematografía. 
En 1942 decidió preparar un curso de Cinematografía en el seno de aquella escuela, curso del que nacería al año siguiente una Sección de Cinematografía que implicaría a su vez la construcción de un plató y el montaje de un laboratorio de revelado, así como la consiguiente sala de protección, todo lo cual, unido a la creación en 1944 de la revista titulada Cine Experimental, habría de constituir el germen del futuro Instituto de Investigaciones y Experiencias Cinematográficas, primer centro de enseñanza de tales características surgido en nuestro país. 
De las aulas de IIEC, abiertas en otoño de 1947, y donde López García explicaría la asignatura Óptica y Cámaras, surgió una profunda renovación del cine español, cuyos parámetros tradicionales y anticuados trastocó, tanto desde un punto de vista artístico como industrial, con la instrucción de realizadores, productores, directores de fotografía, actores y guionistas que, vencidas ciertas dificultades iniciales con la profesión, acabarían por imponer sus conocimientos. 
López García lo dirigió con criterio liberal durante casi nueve años, hasta 1955, poco antes de que el Instituto pasara a formar parte del Ministerio de Información y Turismo y viera recortada su independencia, para acabar en 1962 transformándose en la Escuela Oficial de Cinematografía, que siguió formando nuevos y buenos profesionales durante la última parte de la dictadura franquista, aun cuando la agitación política de aquellos años dañara su estabilidad y ocasionara finalmente su extinción en el curso 1975-1976, decretada por el ministro Sánchez Bella tres años antes."

Esta rúa Leiras Pulpeiro era antaño por aquí, fuera de las murallas, la de Batitales Alta. Aquí vamos acabando este buen tramo de cuesta que comenzábamos a subir ya en el Consistorio Vello


Hermosas puertas adinteladas y, arriba, balcones de hierro forjado y miradores de galería acristalada en el piso alto


En el primer piso, bajo la galería y sobre la puerta y ventanas de la planta baja, admiramos este par de blasones en esta magnífica fachada rehabilitada


La cuesta se acaba, momentáneamente, al llegar a la Praza de San Xoán: aquí el Camino sigue de frente (a la derecha de la foto), empezando a subir de nuevo, un poco más allá, hacia Os Remedios


Pero a la izquierda, donde un monumento homenajea al insigne escritor mindoniense Leiras Pulpeiro, a quien está dedicada esta rúa, nos indica que, a la izquierda podremos subir al albergue público de peregrinos, sito en dependencias del desamortizado convento de San Pedro de Alcántara, donde actualmente podremos además visitar su centro cultural (con el Centro de Interpretación do Camiño de Santiago Norte) y su capilla de la Venerable Orden Tercera (VOT), que sigue teniendo funciones litúrgicas y otro espléndido retablo barroco, antiguo cenobio franciscano auspiciado también por el obispo Fray Juan Muñoz y Salcedo


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